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Objetivo Cero
Jack Mars
La Serie de Suspenso De EspГas del Agente Cero #2
Una de las mejores series de suspenso que he leГdo este aГ±o. Books and Movie Reviews (con respecto a Por Todos Los Medios Necesarios) En esta continuaciГіn del libro #1 (AGENTE CERO) de la serie de espГas de Kent Steele, OBJETIVO CERO (Libro #2) nos lleva a otro viaje salvaje y lleno de acciГіn a travГ©s de Europa cuando el agente de Г©lite de la CIA Kent Steele es convocado para detener un arma biolГіgica antes de que destruya el mundo – todo mientras lidia con su propia pГ©rdida de memoria. La vida sГіlo regresa fugazmente a la normalidad para Kent antes de que se encuentre convocado por la CIA para cazar a unos terroristas y detener otra crisis internacional – esta, potencialmente, aГєn mГЎs devastadora que la anterior. Sin embargo, con un asesino persiguiГ©ndolo, una conspiraciГіn en su interior, topos a su alrededor y con una amante en quien apenas puede confiar, Kent parece condenado al fracaso. No obstante, su memoria estГЎ volviendo rГЎpidamente y, con ella, destellos de los secretos de quiГ©n era, quГ© habГa descubierto – y por quГ© estГЎn tras Г©l. Se da cuenta de que su propia identidad puede ser el secreto mГЎs peligroso de todos. OBJETIVO CERO es una serie de suspenso y espionaje que te mantendrГЎ pasando pГЎginas tarde en la noche. Escritura de suspenso en su esplendor. Midwest Book Review (con respecto a Por Todos Los Medios Necesarios) TambiГ©n estГЎ disponible la serie #1 mejor vendida de Jack Mars, las series de SUSPENSO DE LUKE STONE (7 libros) que comienzan con Por Todos Los Medios Necesarios (Libro #1), ВЎen descarga gratuita con mГЎs de 800 calificaciones de 5 estrellas!
Jack Mars
Objetivo Cero
Jack Mars
Jack Mars es el autor bestseller de USA Today, autor de las series de suspenso de LUKE STONE, las cuales incluyen siete libros (y contando). TambiГ©n es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE y de la serie de suspenso del espГa AGENTE CERO.
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Derechos de autor В© por Jack Mars. Todos los derechos reservados. Exceptuando los permitidos bajo el Acta de Derechos de Autor de Estados Unidos en 1976, ninguna parte de esta publicaciГіn puede ser reproducida, distribuida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en una base de datos o en un sistema de recuperaciГіn, sin previa autorizaciГіn del autor. Este ebook estГЎ licenciado Гєnicamente para su disfrute personal Este ebook no puede ser revendido o regalado a otras personas. SГ quieres compartir este libro con otra persona, por favor adquiere una copia adicional. SГ estГЎs leyendo este libro y no lo has comprado o si no fue comprado para tu uso particular, por favor regrГ©salo y adquiera su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Este un trabajo de ficciГіn. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos y los incidentes son o producto de la imaginaciГіn del autor o son usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente coincidencia.
LIBROS POR JACK MARS
LUKE STONE THRILLER SERIES
POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)
LA SERIE DE ESPГЌAS DE KENT STEELE
AGENTE CERO (Libro #1)
OBJETIVO CERO (Libro #2)
CACERГЌA CERO (Libro #3)
Resumen de Agente Cero – Libro 1
Un profesor universitario y padre de dos hijas redescubre su pasado olvidado como agente de campo de la CIA. Se abre paso a travГ©s de Europa para encontrar la respuesta de por quГ© su memoria fue reprimida mientras desentraГ±aba un complot terrorista que amenazaba con matar a docenas de lГderes mundiales
Agente Cero: El Profesor Reid Lawson fue secuestrado, y un supresor de memoria experimental fue arrancado de su cabeza, permitiendo que sus recuerdos olvidados como “el Agente de la CIA Kent Steele” regresaran, también conocido en todo el mundo como Agente Cero.
Maya y Sara Lawson: Las dos hijas adolescentes de Reid, de 16 y 14 aГ±os respectivamente, desconocen el pasado de su padre como agente de la CIA.
Kate Lawson: La esposa de Reid y la madre de sus dos hijas. FalleciГі repentinamente dos aГ±os antes por un accidente cerebro vascular isquГ©mico.
Agente Alan Reidigger: El mejor amigo de Kent Steele y colega agente, Reidigger, le ayudГі a instalar el supresor de memoria tras una mortГfera masacre de Steele para localizar a un peligroso asesino.
Agente Maria Johansson: Una colega agente de campo y el interГ©s amoroso de Kent Steele tras la muerte de su esposa, Johansson demostrГі ser un aliado improbable pero bienvenido mientras recuperaba su memoria y desenterraba el complot terrorista.
AmГіn: La organizaciГіn terrorista AmГіn es una amalgama de varias facciones terroristas de todo el mundo. Su golpe maestro de bombardear el Foro EconГіmico Mundial en Davos, mientras las autoridades estaban distraГdas por los Juegos OlГmpicos de Invierno, fue frustrado por el Agente Cero.
Rais: Un expatriado estadounidense convertido en asesino de AmГіn, Rais cree que su destino es matar al Agente Cero. En su lucha en los Juegos OlГmpicos de Invierno en Sion, Suiza, Rais fue herido de muerte y dejado por muerto.
Agente Vicente Baraf: Baraf, un agente Italiano de Interpol, fue fundamental para ayudar a los Agentes Cero y Johansson a detener el complot de AmГіn para bombardear Davos.
Agente John Watson: Watson, un agente estoico y profesional de la CIA, rescatГі a las chicas de Reid de las manos de terroristas en un muelle de Nueva Jersey.
PRГ“LOGO
“Dime, Renault”, dijo el hombre mayor. Sus ojos brillaban mientras veГa la burbuja de cafГ© en la tapa de la cafetera entre ellos. “¿Por quГ© viniste aquГ?”
El Dr. Cicero era un hombre amable, jovial, a quien le gustaba describirse a sГ mismo como “cincuenta y ocho aГ±os joven”. Su barba se habГa vuelto gris a finales de los treinta y blanca a los cuarenta, y aunque normalmente bien recortada, se habГa vuelto delgada y rebelde en su Г©poca en la tundra. Llevaba una parka naranja brillante, pero poco hizo para silenciar la luz juvenil de sus ojos azules.
El joven francГ©s se quedГі un poco sorprendido por la pregunta, pero supo inmediatamente la respuesta, despuГ©s de haberla ensayado en su cabeza muchas veces. “La OMS se puso en contacto con la universidad para solicitar asistentes de investigaciГіn. Ellos, a su vez, me lo ofrecieron”, explicГі en inglГ©s. Cicero era un griego nativo, y Renault de la costa sur de Francia, asГ que conversaron en una lengua compartida. “Para ser honesto, hubo otros dos a los que se les dio la oportunidad antes que a mГ. Ambos lo rechazaron. Sin embargo, lo vi como una gran oportunidad para…”
“¡Bah!” El hombre mayor interrumpiГі con una sonrisa. “No estoy preguntando por los acadГ©micos, Renault. He leГdo su transcripciГіn, asГ como su tesis sobre la mutaciГіn pronosticada de la gripe B. Estuvo bastante bien, debo aГ±adir. No creo que yo podrГa haberlo escrito mejor”.
“Gracias, señor”.
Cicero se rio entre dientes. “Guarde su �señor’ para las salas de juntas y las recaudaciones de fondos. Aquà afuera somos iguales. Llámame Cicero. ¿Cuántos años tienes, Renault?”
“Veintiséis, señor… uh, Cicero”.
“VeintisГ©is”, dijo el viejo, pensativo. CalentГі sus manos con el calor de la estufa del campamento. “¿Y casi terminas tu doctorado? Eso es muy impresionante. Pero lo que quiero saber es, Вїpor quГ© estГЎs aquГ? Como dije, he revisado su expediente. Eres joven, inteligente, ciertamente guapo…” Cicero se rio. “PodrГas haber conseguido una pasantГa en cualquier parte del mundo, imagino. Pero en estos cuatro dГas que llevas con nosotros, no te he oГdo hablar de ti mismo. ВїPor quГ© aquГ, de todos los lugares?”
Cicero hizo un gesto con la mano como para demostrar su punto de vista, pero era totalmente innecesario. La tundra Siberiana se extendГa en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista, gris y blanca y totalmente vacГa, excepto en el noreste, donde las montaГ±as bajas se extendГan perezosamente, cubiertas de blanco.
Las mejillas de Renault se volvieron ligeramente rosadas. “Bueno, si soy sincero, Doctor, vine aquà a estudiar a su lado”, admitió. “Soy un admirador suyo. Su trabajo para impedir el brote del virus Zika fue realmente inspirador”.
“¡Bueno!”, dijo Cicero calurosamente. “Los halagos te llevarГЎn a todas partes – o al menos a un asado belga”. Puso una gruesa manopla sobre su mano derecha, levantГі la cafetera de la estufa de butano del campamento y sirviГі dos tazas de plГЎstico de cafГ© rico y humeante. Era uno de los pocos lujos que tenГan disponibles en el desierto Siberiano.
El hogar, durante los Гєltimos veintisiete dГas de la vida del Dr. Cicero, habГa sido el pequeГ±o campamento establecido a unos ciento cincuenta metros de la orilla del RГo Kolima. El asentamiento estaba compuesto por cuatro tiendas de neopreno con cГєpula, un toldo de lona cerrado en un lado para protegerse del viento y una sala limpia de Kevlar semipermanente. Era bajo el toldo de lona que los dos hombres estaban actualmente de pie, haciendo cafГ© sobre una estufa de dos hornillas en medio de las mesas plegables que contenГan microscopios, muestras de permafrost, equipos de arqueologГa, dos computadoras robustas para todo tipo de clima y una centrifugadora.
“Oh”, dijo Cicero. “Es casi la hora de nuestro turno”. Sorbió el café con los ojos cerrados, y un suave gemido de placer escapó de sus labios. “Me recuerda a casa”, dijo en voz baja. “¿Tienes a alguien esperándote, Renault?”
“SГ”, contestГі el joven. “Mi Claudette”.
“Claudette”, repitió Cicero. “Un nombre encantador. ¿Casado?”
“No”, dijo Renault simplemente.
“Es importante tener algo que anhelar en nuestra lГnea de trabajo”, dijo Cicero con nostalgia. “Te da perspectiva en medio del desapego que a menudo es necesario. Treinta y tres aГ±os he llamado a Phoebe mi esposa. Mi trabajo me ha llevado por toda la tierra, pero ella siempre estГЎ ahГ para mГ cuando regreso. Mientras estoy fuera, sufro, pero vale la pena; cada vez que llego a casa es como volver a enamorarme. Como dicen, la ausencia hace que el corazГіn se encariГ±e mГЎs”.
Renault sonrió. “No hubiera imaginado a un virólogo como un romántico”, reflexionó.
“Los dos no son mutuamente excluyentes, hijo mГo”. El doctor frunciГі un poco el ceГ±o. “Y sin embargo… no creo que sea Claudette la que mГЎs te atormenta. Eres un joven pensativo, Renault. MГЎs de una vez te he visto mirando la cima de la montaГ±a como buscando respuestas”.
“Creo que puede haber perdido su verdadera vocaciГіn, Doctor”, dijo Renault. “DeberГas haber sido sociГіlogo”. La sonrisa se disipГі de sus labios y aГ±adiГі: “Pero tienes razГіn. He aceptado esta tarea no sГіlo por la capacidad de trabajar a su lado, sino tambiГ©n porque me he dedicado a una causa… una causa basada en la creencia. Sin embargo, tengo miedo de adГіnde me lleve esa creencia”.
Cicero asintiГі a sabiendas. “Como dije, el desapego es a menudo necesario en nuestra lГnea de trabajo. Hay que aprender a ser desapasionado”. Puso una mano en el hombro del joven. “TГіmalo de alguien con algunos aГ±os detrГЎs de Г©l. La creencia es una poderosa motivaciГіn, sin duda, pero a veces las emociones tienden a desdibujar nuestro juicio, a embotar nuestras mentes”.
“TendrГ© cuidado. Gracias, seГ±or”. Renault sonriГі tГmidamente. “Cicero. Gracias”.
De repente, el walkie-talkie graznГі intrusivamente desde la mesa a su lado, rompiendo el silencio introspectivo del dosel.
“Dr. Cicero”, dijo una voz femenina con un acento irlandés. Era la Dra. Bradlee, llamando desde la excavación cercana. “Hemos desenterrado algo. Vas a querer ver esto. Trae la caja. Cambio”.
“Estaremos allГ en un momento”, dijo el Dr. Cicero en la radio. “Cambio”. SonriГі paternalmente a Renault. “Parece que nos han llamado temprano. DeberГamos ponernos los trajes”.
Los dos hombres dejaron las tazas todavГa humeantes y corrieron a la sala limpia de Kevlar, entrando en la primera antecГЎmara para vestirse con los trajes de descontaminaciГіn de color amarillo brillante que la OrganizaciГіn Mundial de la Salud les habГa proporcionado. Se colocaron primero los guantes y las botas de plГЎstico, sellados en las muГ±ecas y en los tobillos, antes de los monos de trabajo de cuerpo entero, la capucha y, finalmente, la capucha y la mascarilla de respiraciГіn.
Se vistieron rГЎpidamente, pero en silencio, casi con reverencia, usando el breve intervalo no sГіlo como uno de transformaciГіn fГsica, sino tambiГ©n mental, desde sus bromas agradables y casuales hasta la mentalidad sombrГa requerida para su lГnea de trabajo.
A Renault no le gustaban los trajes de descontaminaciГіn. Hicieron que el movimiento fuera lento y el trabajo tedioso. Pero eran absolutamente necesarios para llevar a cabo su investigaciГіn: localizar y verificar uno de los organismos mГЎs peligrosos conocidos por la humanidad.
Cicero y Г©l salieron de la antecГЎmara y se dirigieron hacia la orilla del Kolima, el rГo helado de lento movimiento que corrГa al sur de las montaГ±as y ligeramente hacia el este, hacia el ocГ©ano.
“La caja”, dijo Renault de repente. “Yo lo recogeré”. Se apresurГі a volver al dosel para recuperar el recipiente de la muestra, un cubo de acero inoxidable cerrado con cuatro ganchos, un sГmbolo de peligro biolГіgico blasonado en cada uno de sus seis lados. RegresГі trotando a Cicero, y los dos reanudaron su apresurada caminata hacia el sitio de excavaciГіn.
“Sabes lo que ocurriГі no muy lejos de aquГ, Вїverdad?” preguntГі Cicero a travГ©s de su respirador mientras caminaban.
“Lo sé”. Renault habГa leГdo el informe. Hace cinco meses, un niГ±o de 12 aГ±os de una aldea local se enfermГі poco despuГ©s de haber ido a buscar agua al Kolima. Al principio se pensГі que el rГo estaba contaminado, pero a medida que los sГntomas se manifestaron, la imagen se hizo mГЎs clara. Los investigadores de la OMS se movilizaron inmediatamente despuГ©s de enterarse de la enfermedad y se iniciГі una investigaciГіn.
El niГ±o habГa contraГdo la viruela. MГЎs especГficamente, habГa caГdo enfermo con una tensiГіn nunca antes vista por el hombre moderno.
La investigaciГіn finalmente condujo al cadГЎver de un caribГє cerca de las orillas del rГo. DespuГ©s de pruebas exhaustivas, se confirmГі la hipГіtesis: el caribГє habГa muerto mГЎs de doscientos aГ±os antes, y su cuerpo se habГa convertido en parte del permafrost. La enfermedad que llevaba se congelГі con ella, durmiendo – hasta hace cinco meses.
“Es una simple reacciГіn en cadena”, dijo Cicero. “Al derretirse los glaciares, el nivel del agua y la temperatura del rГo aumentan. Eso, a su vez, descongela el permafrost. ВїQuiГ©n sabe quГ© enfermedades podrГan acechar en este hielo? Es posible que algunos puedan ser anteriores a la humanidad”. HabГa una tensiГіn en la voz del doctor que no era sГіlo preocupaciГіn, sino un borde de emociГіn. DespuГ©s de todo, era su medio de vida.
“Leà que en 2016 encontraron ántrax en un suministro de agua, causado por un casquete polar derretido”, comentó Renault.
“Es verdad. Me llamaron para ese caso. Asà como para el de gripe española encontrado en Alaska”.
“¿QuГ© pasГі con el niГ±o?”, preguntГі el joven francГ©s. “El caso de la viruela de hace cinco meses”. SabГa que el niГ±o, junto con otros quince de su aldea, habГa sido puesto en cuarentena, pero ahГ fue donde terminГі el informe.
“Falleció”, dijo Cicero. No habГa emociГіn en su voz; no como cuando hablГі de su esposa, Phoebe. DespuГ©s de dГ©cadas en su lГnea de trabajo, Cicero habГa aprendido el sutil arte del desapego. “Junto con otros cuatro. Pero de ahГ surgiГі una vacuna adecuada para la cepa, asГ que sus muertes no fueron en vano”.
“Aun asГ”, dijo Renault en voz baja, “es una pena”.
A menos de un tiro de piedra de la orilla del rГo estaba el sitio de la excavaciГіn, un trozo de tundra de veinte metros cuadrados acordonado con estacas metГЎlicas y cinta adhesiva de color amarillo brillante. Era el cuarto sitio de este tipo que el equipo de investigaciГіn habГa creado durante su investigaciГіn hasta el momento.
Otros cuatro investigadores en trajes de descontaminaciГіn estaban dentro de la plaza acordonada, todos encorvados sobre un pequeГ±o pedazo de tierra cerca de su centro. Uno de ellos vio a los dos hombres que venГan y se apresurГі a acercarse.
Era la Dra. Bradlee, una arqueГіloga en prГ©stamo por la Universidad de DublГn. “Cicero”, dijo ella, “hemos encontrado algo”.
“¿Qué es?” preguntó mientras se agachaba y se deslizaba bajo la cinta de procedimiento. Renault le siguió.
“Un brazo”.
“¿Perdón?” Dijo Renault.
“Muéstrame”, dijo Cicero.
Bradlee liderГі el camino hacia el parche de permafrost excavado. Escarbar en el permafrost – y hacerlo con cuidado – no era una tarea fГЎcil, Renault. Las capas mГЎs altas de tierra congelada se descongelaban comГєnmente en el verano, pero las capas mГЎs profundas se llamaban asГ porque estaban permanentemente congeladas en las regiones polares. El hoyo que Bradlee y su equipo habГan cavado era de casi dos metros de profundidad y lo suficientemente ancho como para que un hombre adulto se acostara en Г©l.
No muy diferente a una tumba, pensГі Renault con tristeza.
Y fiel a su palabra, los restos congelados de un brazo humano parcialmente descompuesto eran visibles en el fondo del agujero, retorcidos, casi esquelГ©ticos, y ennegrecidos por el tiempo y la tierra.
“Dios mГo”, dijo Cicero casi susurrando. “¿Sabes quГ© es esto, Renault?”
“¿Un cuerpo?”, se aventuró. Al menos esperaba que el brazo estuviera unido a más.
Cicero hablГі rГЎpidamente, gesticulando con sus manos. “En la dГ©cada de 1880, existГa un pequeГ±o asentamiento no muy lejos de aquГ, a orillas del Kolima. Los colonos originales eran nГіmadas, pero a medida que su nГєmero crecГa, tenГan la intenciГіn de construir una aldea aquГ. Entonces sucediГі lo impensable. Una epidemia de viruela se extendiГі a travГ©s de ellos, matando al cuarenta por ciento de su tribu en cuestiГіn de dГas. CreГan que el rГo estaba maldito, y los supervivientes se fueron rГЎpidamente.
“Pero antes de hacerlo, enterraron a sus muertos – aquГ mismo, en una fosa comГєn a orillas del RГo Kolima”. SeГ±alГі al agujero, al brazo. “Las aguas de la inundaciГіn estГЎn erosionando los bancos. El derretimiento del permafrost pronto descubrirГa estos cuerpos, y todo lo que se necesitarГa despuГ©s de eso es un poco de fauna local para recogerlos y convertirse en portador antes de que pudiГ©ramos estar enfrentando una nueva epidemia”.
Renault se olvidГі de respirar por un momento mientras observaba a uno de los investigadores vestidos de amarillo, en el agujero, raspando muestras del brazo en descomposiciГіn. El descubrimiento fue muy emocionante; hasta hace cinco meses, el Гєltimo brote natural conocido de viruela habГa ocurrido en Somalia, en 1977. La OrganizaciГіn Mundial de la Salud habГa declarado erradicada la enfermedad en 1980, pero ahora se encontraban al borde de una tumba literal que se sabe que estГЎ infectada con un virus peligroso que podrГa diezmar la poblaciГіn de una gran ciudad en pocos dГas – y su trabajo consistГa en desenterrarla, verificarla y enviar muestras a la OMS.
“Ginebra tendrá que confirmarlo”, dijo Cicero en voz baja, “pero si mi especulación es correcta, acabamos de desenterrar una cepa de viruela de ocho mil años de antigüedad”.
“¿Ocho mil?” preguntГі Renault. “CreГ que habГas dicho que el asentamiento fue a finales del siglo XIX”.
“¡Ah, sГ!”, dijo Cicero. “Pero la pregunta es, ВїcГіmo es que – una tribu nГіmada aislada – la contrajo? De manera similar, me imagino. Cavando el suelo y tropezando con algo congelado desde hace mucho tiempo. Esta cepa encontrada en el cadГЎver de caribГє descongelado hace cinco meses se remonta al comienzo de la Г©poca del Holoceno”. El virГіlogo de mГЎs edad no podГa apartar los ojos del brazo que sobresalГa de la suciedad congelada que habГa debajo. “Renault, trae la caja, por favor”.
Renault recuperГі la caja de muestras de acero y la colocГі en la tierra congelada cerca del borde del agujero. AbriГі los cuatro cierres que la sellaban y levantГі la tapa. Dentro, donde habГa guardado antes, habГa una MAB PA-15. Era una pistola vieja, pero no pesada, que pesaba unos dos kilos y estaba completamente cargada con un cargador de quince balas y una en la recГЎmara.
El arma habГa pertenecido a su tГo, un veterano del ejГ©rcito francГ©s que habГa luchado en Magreb y Somalia. Sin embargo, al joven francГ©s no le gustaban las armas; eran demasiado directas, demasiado discriminatorias y demasiado artificiales para su gusto. No como un virus —la mГЎquina perfecta de la naturaleza, capaz de aniquilar especies enteras, tanto sistemГЎticas como acrГticas al mismo tiempo. Sin emociГіn, inflexible y precipitado; todo lo cual necesitaba estar en el momento.
MetiГі la mano en la caja de acero y envolviГі la pistola, pero vacilГі un poco. No querГa usar el arma. De hecho, se habГa encariГ±ado con el optimismo contagioso de Cicero y el brillo en los ojos del anciano.
Pero todas las cosas deben llegar a su fin, pensГі. La prГіxima experiencia nos espera.
Renault estaba de pie con la pistola en la palma de su mano. AccionГі el seguro y disparГі sin pasiГіn a los dos investigadores a ambos lados del agujero, a quemarropa en el pecho.
La Dra. Bradlee emitiГі un grito de sorpresa ante el repentino y estridente sonido del arma. Se echГі hacia atrГЎs, cubriendo dos pasos antes de que Renault le disparara dos veces. El doctor inglГ©s, Scott, hizo un dГ©bil intento de salir del hoyo antes de que el francГ©s lo enterrara con un solo disparo en la parte superior de su cabeza.
Los disparos eran estruendosos, ensordecedores, pero no habГa nadie alrededor en cien millas para escucharlos. Casi nadie.
Cicero estaba anclado en el lugar, paralizado por el shock y el miedo. Le habГa tomado a Renault sГіlo siete segundos terminar con cuatro vidas – sГіlo siete segundos para que la expediciГіn de investigaciГіn se convirtiera en un asesinato en masa.
Los labios del doctor mayor temblaban detrás de su respirador mientras intentaba hablar. Por fin tartamudeó dos palabras: “¿Por qué?”
La mirada helada de Renault era estoica, tan distante como cualquier virГіlogo tendrГa que ser. “Doctor”, dijo en voz baja, “estГЎs hiperventilando. QuГtese el respirador antes de que se desmaye”.
El aliento de Cicero se agitaba y se aceleraba, superando la capacidad de la mascarilla de respiraciГіn. Su mirada revoloteГі desde el arma en la mano de Renault, sostenida casualmente a su lado, hasta el agujero en el que el Dr. Scott yacГa muerto. “Yo… yo no puedo”, tartamudeГі Cicero. Quitarse la mascarilla de respiraciГіn serГa someterse potencialmente a la enfermedad. “Renault, por favor…”
“Mi nombre no es Renault”, dijo el joven. “Es Cheval – Adrian Cheval. HabГa un Renault, un estudiante universitario al que se le otorgГі esta pasantГa. Ahora estГЎ muerto. Fue su transcripciГіn, y su trabajo, lo que leyó”.
Los ojos inyectados de sangre de Cicero se abrieron aún más. Los bordes de su visión se volvieron borrosos y oscuros con la amenaza de perder el conocimiento. “Yo no… yo no entiendo… ¿por qué?”
“Dr. Cicero, por favor. QuГtese el respirador. Si vas a morir, Вїno preferirГas que fuera con dignidad? De cara al sol, Вїen lugar de detrГЎs de una mГЎscara? Si pierdes el conocimiento, te aseguro que nunca despertarГЎs”.
Con los dedos temblando, Cicero levantГі lentamente la mano y tirГі de la apretada capucha amarilla por encima de su pelo con rayas blancas. Luego agarrГі el respirador y la mГЎscara y se la quitГі. El sudor que tenГa en la frente se enfriГі instantГЎneamente y se congelГі.
“Quiero que sepas”, dijo el francés, Cheval, “que te respeto de verdad a ti y a tu trabajo, Cicero. No me complace hacer esto”.
“Renault – o Cheval, quienquiera que seas – escucha la razГіn”. Con el respirador apagado, Cicero recuperГі lo suficiente de sus facultades como para hacer una sГєplica. SГіlo podГa haber una motivaciГіn para que el joven que estaba ante Г©l cometiera tal atrocidad. “Lo que sea que estГ©s planeando hacer con esto, por favor, reconsidГ©ralo. Es extremadamente peligroso…”
Cheval suspiró. “Soy consciente, Doctor. Verá, yo era un estudiante de la Universidad de Estocolmo, y realmente estaba haciendo mi doctorado. El año pasado, sin embargo, cometà un error. Falsifiqué las firmas de la facultad en un formulario para obtener muestras de un enterovirus raro. Lo descubrieron. Me expulsaron”.
“Entonces… entonces déjame ayudarte”, suplicó Cicero. “P-puedo firmar tal petición. Puedo ayudarte con tu investigación. Cualquier cosa menos esto…”
“Investigación”, musitó Cheval en voz baja. “No, Doctor. No es investigación lo que busco. Mi gente está esperando y no son hombres pacientes”.
Los ojos de Cicero se abrieron de par en par. “Nada bueno saldrá de ello. Ya lo sabes”.
“Te equivocas”, dijo el joven. “Muchos morirГЎn, sГ. Pero morirГЎn noblemente, preparando el camino para un futuro mucho mejor”, Cheval alejГі la mirada. No querГa disparar al amable y viejo doctor. “Pero tenГas razГіn en una cosa. Mi Claudette, ella es real. Y la ausencia hace que el corazГіn se encariГ±e mГЎs. Debo irme ahora, Cicero, y tГє tambiГ©n. Pero te respeto, y estoy dispuesto a conceder una Гєltima peticiГіn. ВїHay algo que quieras decirle a tu Phoebe? Tienes mi palabra de que entregarГ© el mensaje”.
Cicero agitГі lentamente la cabeza. “No hay nada tan importante que decirle que enviarГa a un monstruo como tГє a su camino”.
“Muy bien. Adiós, Doctor”. Cheval levantó la PA-15 y disparó un solo tiro en la frente de Cicero. La herida se llenó mientras el viejo doctor se tambaleaba y colapsaba en la tundra.
En el impresionante silencio que siguiГі, Cheval se tomГі un momento y, arrodillado, murmurГі una breve oraciГіn. Luego se dedicГі a su trabajo.
LimpiГі la muchedumbre de huellas y pГіlvora y la arrojГі al helado y fluido RГo Kolima. Luego hizo rodar los cuatro cuerpos en el agujero para unirse al Dr. Scott. Con una pala y un pico, pasГі noventa minutos cubriГ©ndolos y al brazo expuesto en descomposiciГіn con tierra parcialmente congelada. DesmontГі el lugar de la excavaciГіn, sacando las estacas y quitando la cinta de procedimiento. Se tomГі su tiempo, trabajando meticulosamente – nadie intentarГa siquiera ponerse en contacto con el equipo de investigaciГіn durante otras ocho o doce horas, y pasarГa por lo menos veinticuatro antes de que la OMS enviara a alguien al lugar. Una investigaciГіn ciertamente arrojarГa los cuerpos enterrados, pero Cheval no estaba dispuesto a ponГ©rselos fГЎciles.
Por Гєltimo, tomГі las ampollas de vidrio que contenГan las muestras del brazo en descomposiciГіn y las introdujo cuidadosamente, una por una, en los cubos de poliestireno seguros de la caja de acero inoxidable, sabiendo al mismo tiempo que cualquiera de ellas tenГa el poder de ser asombrosamente mortal. Luego sellГі los cuatro ganchos y llevГі las muestras de vuelta al campamento.
En la sala limpia improvisada, Cheval entrГі en la ducha de descontaminaciГіn portГЎtil. Seis boquillas lo rociaron desde todos los ГЎngulos con agua caliente y un emulsionante incorporado. Una vez terminado, se quitГі cuidadosa y metГіdicamente el traje amarillo de materiales de protecciГіn, dejГЎndolo en el suelo de la tienda. Era posible que sus pelos o saliva, factores identificadores, pudieran estar en el traje – pero tenГa un Гєltimo paso que dar.
En la parte trasera del jeep todo terreno de Cicero habГa dos bidones rectangulares rojos de gasolina. SГіlo se necesitarГa uno para que volviera a la civilizaciГіn. El otro lo tirГі generosamente sobre la sala limpia, las cuatro tiendas de neopreno y el toldo de lona.
Luego encendiГі el fuego. El resplandor se elevГі rГЎpida e instantГЎneamente, haciendo que el humo negro y aceitoso se elevara hacia el cielo. Cheval subiГі al jeep con la caja de muestras de acero y se marchГі. No acelerГі y no mirГі al espejo retrovisor para ver cГіmo ardГa el sitio. Se tomГі su tiempo.
El ImГЎn Khalil estarГa esperando. Pero el joven francГ©s aГєn tenГa mucho que hacer antes de que el virus estuviera listo.
CAPГЌTULO UNO
Reid Lawson mirГі a travГ©s de las persianas de su oficina en casa por dГ©cima vez en menos de dos minutos. Se estaba poniendo ansioso; el autobГєs ya deberГa haber llegado.
Su oficina estaba en el segundo piso, el mГЎs pequeГ±o de los tres dormitorios de su nueva casa en Spruce Street en AlejandrГa, Virginia. Era un contraste bienvenido con el estrecho y encajonado armario de un estudio que tenГa en el Bronx. La mitad de sus cosas estaban desempacadas; el resto aГєn estaban en cajas que yacГan esparcidas por toda la habitaciГіn. Sus estanterГas estaban construidas, pero sus libros estaban apilados en orden alfabГ©tico en el piso. Las Гєnicas cosas que se habГa tomado el tiempo para construir y organizar completamente fueron su escritorio y su computadora.
Reid se habГa dicho a sГ mismo que hoy iba a ser el dГa en que finalmente se recuperarГa, casi un mes despuГ©s de mudarse, y terminarГa de desempacar la oficina.
HabГa llegado tan lejos como para abrir una caja. Era un comienzo.
El autobГєs nunca llega tarde, pensГі. Siempre estГЎn aquГ entre las tres y veintitrГ©s y las tres y veinticinco. Son las tres y treinta y uno.
Voy a llamarlas.
AgarrГі su celular del escritorio y marcГі el nГєmero de Maya. Caminaba mientras sonaba, tratando de no pensar en todas las cosas horribles que podrГan haberles pasado a sus hijas entre la escuela y el hogar.
La llamada fue al buzГіn de voz.
Reid bajГі apresuradamente las escaleras hasta el vestГbulo y se puso una chaqueta ligera; Marzo en Virginia era considerablemente mГЎs favorable que en Nueva York, pero todavГa un poco frГo. Con las llaves del coche en la mano, introdujo el cГіdigo de seguridad de cuatro dГgitos en el panel de la pared para armar el sistema de alarma en el modo “ausente”. SabГa la ruta exacta que tomaba el autobГєs; podГa dar marcha hasta la escuela secundaria si lo necesitaba, y…
Tan pronto como se abriГі la puerta principal, el autobГєs amarillo brillante siseГі hasta detenerse al final de su entrada.
“Pillado”, murmurГі Reid. No podГa volver a la casa. Sus dos hijas adolescentes se bajaron del autobГєs y bajaron por el pasillo, deteniГ©ndose justo al lado de la puerta que ahora Г©l bloqueaba mientras el autobГєs se alejaba de nuevo.
“Hola, chicas”, dijo lo más brillantemente posible. “¿Cómo estuvo la escuela?”
Su hija mayor, Maya, le lanzó una mirada sospechosa mientras se cruzaba de brazos. “¿Adónde vas?”
“Um… a recoger el correo”, le dijo.
“¿Con las llaves de tu coche?” Ella señaló a su puño, que en realidad estaba agarrando las llaves de su todoterreno plateado. “Inténtalo de nuevo”.
SГ, pensГі. Pillado. “El autobГєs llegГі tarde. Y ya sabes lo que dije, si vas a llegar tarde, tienes que llamar. ВїY por quГ© no contestaste el telГ©fono? IntentГ© llamar…”
“Seis minutos, Papá”. Maya agitó la cabeza. “Seis minutos no es �tarde’. Seis minutos es tráfico. Hubo un accidente en Vine”.
Se hizo a un lado cuando entraron en la casa. Su hija menor, Sara, le dio un breve abrazo y un murmullo de “Hola, Papi”.
“Hola, cariño”. Reid cerró la puerta detrás de ellos, la trabó con llave y volvió a introducir el código en el sistema de alarma antes de volver a Maya. “Tráfico o no, quiero que me avises cuando llegues tarde”.
“Estás neurótico”, murmuró.
“¿Perdona?” Reid parpadeó sorprendido. “Parece que confundes neurosis con preocupación”.
“Oh, por favor”, replicó Maya. “No nos has perdido de vista en semanas. No desde que volviste”.
Ella tenГa, como de costumbre, razГіn. Reid siempre habГa sido un padre protector, y habГa crecido mГЎs cuando su esposa y su madre, Kate, muriГі hace dos aГ±os. Pero durante las Гєltimas cuatro semanas, se habГa convertido en un verdadero padre helicГіptero, flotando y (para ser honesto) quizГЎs estaba siendo un poco dominante.
Pero no iba a admitirlo.
“Mi querida y dulce hija”, reprendió, “a medida que te conviertes en adulto, tendrás que aprender una verdad muy dura – que a veces te equivocas. Y ahora mismo, estás equivocada”. Él sonrió, pero ella no. Estaba en su naturaleza tratar de difuminar la tensión con sus hijas usando el humor, pero Maya no lo estaba teniendo.
“Lo que sea”. BajГі por el vestГbulo y entrГі en la cocina. TenГa diecisГ©is aГ±os y era asombrosamente inteligente para su edad – a veces, al parecer, demasiado para su propio bien. TenГa el cabello oscuro de Reid y una inclinaciГіn por el discurso dramГЎtico, pero Гєltimamente parecГa haber ganado una tendencia hacia la angustia adolescente o, al menos, el mal humor… probablemente causado por una combinaciГіn del constante merodeo de Reid y la desinformaciГіn obvia sobre los eventos que habГan ocurrido el mes anterior.
Sara, la menor de sus dos hijas, subió corriendo por las escaleras. “Voy a empezar con mi tarea”, dijo en voz baja.
Dejado solo en el vestГbulo, Reid suspirГі y se apoyГі en una pared blanca. Su corazГіn se rompiГі por sus chicas. Sara tenГa catorce aГ±os, y en general era vibrante y dulce, pero cada vez que el tema surgГa de lo que habГa sucedido en febrero, ella se callaba o abandonaba rГЎpidamente la habitaciГіn. Ella simplemente no querГa hablar de ello. Pocos dГas antes, Reid habГa intentado invitarla a ver a un terapeuta, un tercero neutral con el que podГa hablar. (Por supuesto, tendrГa que ser un mГ©dico afiliado a la CIA). Sara se negГі con un simple y sucinto “no, gracias” y saliГі corriendo de la habitaciГіn antes de que Reid pudiera decir otra palabra.
Odiaba ocultar la verdad a sus hijas, pero era necesario. Fuera de la agencia y de la Interpol, nadie podГa saber la verdad – que hace apenas un mes habГa recuperado una parte de su memoria como agente de la CIA bajo el alias de Kent Steele, tambiГ©n conocido por sus pares y enemigos como Agente Cero. Un supresor de memoria experimental en su cabeza le habГa hecho olvidar todo sobre Kent Steele y su trabajo como agente durante casi dos aГ±os, hasta que el dispositivo fue arrancado de su crГЎneo.
La mayorГa de sus recuerdos de Kent aГєn estaban perdidos para Г©l. Estaban ahГ dentro, encerrados en algГєn lugar de los recesos de su cerebro, pero entraban goteando como un grifo que goteaba, generalmente cuando un aviso visual o verbal los sacudГa. La eliminaciГіn salvaje del supresor de memoria habГa hecho algo en su sistema lГmbico que evitГі que los recuerdos volvieran de una sola vez – y Reid se alegrГі en su mayor parte por ello. Basado en lo poco que sabГa de su vida como Agente Cero, no estaba seguro de quererlos a todos de vuelta. Su mayor temor era que recordara algo que no quisiera que le recordaran, algГєn arrepentimiento doloroso o un acto horrible que Reid Lawson nunca podrГa soportar.
AdemГЎs, habГa estado muy ocupado desde las actividades de febrero. La CIA le ayudГі a reubicar a su familia; a su regreso a los Estados Unidos, sus hijas y Г©l fueron enviados a AlejandrГa, en Virginia, a corta distancia de Washington, DC. La agencia le ayudГі a conseguir un puesto de profesor adjunto en la Universidad de Georgetown.
Desde entonces, todo ha sido un torbellino de actividad: matricular a las niГ±as en una nueva escuela, aclimatarse a su nuevo trabajo y mudarse a la casa de Virginia. Pero Reid habГa jugado un papel importante para distraerse creando mucho trabajo para sГ mismo. PintГі las habitaciones. MejorГі los electrodomГ©sticos. ComprГі muebles nuevos y ropa nueva para la escuela para las niГ±as. Se lo podГa permitir; la CIA le habГa concedido una suma considerable por su participaciГіn en la detenciГіn de la organizaciГіn terrorista llamada AmГіn. Era mГЎs de lo que ganaba anualmente como profesor. Lo estaban entregando en cuotas mensuales para evitar el escrutinio. Los cheques llegaron a su cuenta bancaria como un honorario de consultorГa de una empresa editorial falsa que afirmaba estar creando una serie de futuros libros de texto de historia.
Entre el dinero y sus abundantes cantidades de tiempo libre – sГіlo estaba dando unas cuantas conferencias a la semana en ese momento – Reid se mantenГa tan ocupado como podГa. Porque detenerse unos instantes significaba pensar, y pensar significaba reflexionar, no sГіlo sobre su memoria fracturada, sino sobre otras cosas igualmente desagradables.
Como los nueve nombres que habГa memorizado. Las nueve caras que habГa escudriГ±ado. Las nueve vidas que se habГan perdido a causa de su fracaso.
“No”, murmurГі en voz baja, solo en el vestГbulo de su nuevo hogar. “No te hagas eso a ti mismo”. No querГa que se lo recordaran ahora. En vez de eso, se dirigiГі a la cocina, donde Maya estaba escarbando en el refrigerador en busca de algo para comer.
“Creo que ordenaré pizza”, anunció. Cuando ella no dijo nada, él añadió: “¿Qué te parece?”
Cerró la nevera con un suspiro y se apoyó en ella. “Está bien”, dijo simplemente. Luego miró a su alrededor. “La cocina es más bonita. Me gusta el tragaluz. El patio también es más grande”.
Reid sonriГі. “Me referГa a la pizza”.
“Lo sé”, contestГі ella encogiГ©ndose de hombros. “Parece que prefieres evitar el tema en cuestiГіn Гєltimamente, asГ que pensГ© que yo tambiГ©n lo harГa”.
VolviГі a retroceder ante su descaro. En mГЎs de una ocasiГіn ella le habГa pedido informaciГіn sobre lo que habГa pasado cuando desapareciГі, pero la conversaciГіn siempre terminaba con Г©l insistiendo en que su tapadera era la verdad, y ella se enfadaba porque sabГa que Г©l estaba mintiendo. Luego lo dejaba por una semana mГЎs o menos antes de que el cГrculo vicioso comenzara de nuevo.
“No hay necesidad de ese tipo de actitud, Maya”, dijo.
“Voy a ver cómo está Sara”. Maya se giró sobre su talón y se fue de la cocina. Un momento después escuchó sus pies golpeando las escaleras.
PellizcГі el puente de su nariz con frustraciГіn. Eran momentos como estos los que mГЎs extraГ±aba a Kate. Siempre supo quГ© decir. Ella habrГa sabido cГіmo manejar a dos adolescentes que habГan pasado por lo que sus hijas habГan pasado.
Su fuerza de voluntad para continuar con la mentira se estaba debilitando. No se atreviГі a recitar su cubierta una vez mГЎs, la que la CIA le habГa proporcionado para contarle a su familia y colegas donde habГa desaparecido durante una semana. La historia cuenta que agentes federales habГan llegado a su puerta, exigiГ©ndole su ayuda en un caso importante. Como profesor de la Ivy League, Reid estaba en una posiciГіn Гєnica para ayudarles con la investigaciГіn. Por lo que las niГ±as sabГan, habГa pasado la mayor parte de esa semana en una sala de conferencias, estudiando libros y mirando la pantalla de una computadora. Eso era todo lo que se le permitГa decir, y no podГa compartir detalles con ellos.
Ciertamente no podГa contarles sobre su pasado clandestino como Agente Cero, o que habГa ayudado a impedir que AmГіn bombardeara el Foro EconГіmico Mundial en Davos, Suiza. No podГa decirles que Г©l solo habГa matado a mГЎs de una docena de personas en el transcurso de sГіlo unos dГas, todas y cada una de ellas un conocido terrorista.
Tuvo que ceГ±irse a su vaga historia de cubierta, no sГіlo por el bien de la CIA, sino tambiГ©n por la seguridad de las niГ±as. Mientras Г©l estaba fuera, sus dos hijas se vieron obligadas a huir de Nueva York, pasando varios dГas solas antes de ser recogidas por la CIA y llevadas a una casa segura. Casi habГan sido secuestradas por un par de radicales de AmГіn, un pensamiento que todavГa hacГa que los pelos del cuello de Reid se pusieran de punta, porque significaba que el grupo terrorista tenГa miembros en los Estados Unidos. Esto ciertamente dio paso a su naturaleza sobreprotectora en los Гєltimos tiempos.
A las niГ±as se les habГa dicho que los dos hombres que trataron de acosarlas eran miembros de una banda local que estaba secuestrando niГ±os en la zona. Sara parecГa un poco escГ©ptica con respecto a la historia, pero la aceptГі con el argumento de que su padre no le mentirГa (lo que, por supuesto, hizo que Reid se sintiera aГєn mГЎs mal). Eso, mГЎs su aversiГіn total al tema, hizo que fuera fГЎcil eludir el tema y seguir adelante con la vida.
Maya, por otro lado, era totalmente dudosa. No sГіlo era lo suficientemente inteligente como para saberlo mejor, sino que habГa estado en contacto con Reid a travГ©s de Skype durante el calvario y, al parecer, habГa reunido suficiente informaciГіn por su cuenta como para hacer algunas suposiciones, ya que ella misma habГa sido testigo de primera mano de la muerte de los dos radicales a manos del Agente Watson, y no habГa vuelto a ser la misma desde entonces.
Reid no sabГa quГ© hacer, aparte de tratar de continuar con la vida con la mayor normalidad posible.
Reid sacГі su telГ©fono celular y llamГі a la pizzerГa al final de la calle, pidiendo dos pizzas medianas, una con queso extra (la favorita de Sara) y la otra con salchichas y pimientos verdes (la favorita de Maya).
Mientras colgaba, oyó pisadas en las escaleras. Maya regresó a la cocina. “Sara está durmiendo la siesta”.
“¿Otra vez?” ParecГa que Sara habГa estado durmiendo mucho durante el dГa Гєltimamente. “¿No estГЎ durmiendo por la noche?”
Maya se encogiГі de hombros. “No lo sГ©. Tal vez deberГas preguntarle a ella”.
“Lo intenté. Ella no me dirá nada”.
“Tal vez sea porque no entiende lo que pasó”, sugirió Maya.
“Les dije a las dos lo que pasó”. No me hagan decirlo de nuevo, pensó desesperadamente. Por favor, no me hagas mentirte en la cara otra vez.
“Tal vez está asustada”, continuó Maya. “Tal vez porque sabe que su padre, en quien se supone que puede confiar, le está mintiendo…”
“Maya Joanne”, advirtió Reid, “querrás elegir cuidadosamente tus próximas palabras…”
“¡QuizГЎ no sea la Гєnica!” Maya no parecГa estar retrocediendo. Esta vez, no. “Tal vez yo tambiГ©n tengo miedo”.
“Estamos a salvo aquГ”, le dijo Reid con firmeza, tratando de sonar convincente, aunque Г©l mismo no lo creyera del todo. Se le estaba formando un dolor de cabeza en la parte delantera del crГЎneo. SacГі un vaso del armario y lo llenГі con agua frГa del grifo.
“SГ, y pensamos que estГЎbamos a salvo en Nueva York”, le disparГі Maya. “Tal vez si supiГ©ramos lo que estГЎ pasando, en lo que realmente estГЎs metido, las cosas serГan mГЎs fГЎciles. Pero no”. No importaba si era su incapacidad de dejarlas solas durante veinte minutos o sus sospechas sobre lo que habГa sucedido. Ella querГa respuestas. “Sabes muy bien por lo que pasamos. ВЎPero no tenemos ni idea de lo que te ha pasado!” Estaba casi gritando. “AdГіnde fuiste, quГ© hiciste, cГіmo te lastimaste…”
“Maya, lo juro…” Reid puso el vaso sobre el mostrador y señaló con un dedo de advertencia en su dirección.
“¿Jurar quГ©?”, dijo ella. “¿Para decir la verdad? ВЎEntonces dГmelo!”
“¡No puedo decirte la verdad!”, gritГі. Mientras lo hacГa, sacГі los brazos a los costados. Una mano barriГі el vaso de agua de la encimera.
Reid no tuvo tiempo para pensar o reflexionar. Sus instintos se accionaron y, en un gesto rГЎpido y suave, se agachГі de rodillas y atrapГі el cristal en el aire antes de que se estrellara contra el suelo.
Inmediatamente succionГі un aliento de pesar cuando el agua se derramГі, apenas una gota.
Maya mirГі fijamente, con los ojos muy abiertos, aunque no sabГa si su sorpresa eran sus palabras o sus acciones. Fue la primera vez que lo vio moverse asà – y la primera vez que reconociГі, en voz alta, que lo que les dijo podrГa no haber sido lo que habГa sucedido. No importaba si ella lo sabГa, o incluso si lo sospechaba. Lo habГa revelado y ya no habГa vuelta atrГЎs.
“Atrapada con suerte”, dijo rápidamente.
Maya lentamente cruzГі los brazos sobre su pecho, con una ceja levantada y los labios fruncidos. “Puede que hayas engaГ±ado a Sara y a la TГa Linda, pero no yo me lo trago, ni por un segundo”.
Reid cerrГі los ojos y suspirГі. Ella no iba a dejar que se fuera, asГ que Г©l bajГі el tono y hablГі con cuidado.
“Maya, escucha. Eres muy inteligente – definitivamente lo suficientemente inteligente como para hacer ciertas suposiciones sobre lo que pasó”, dijo. “Lo mГЎs importante que hay que entender es que saber cosas especГficas puede ser peligroso. El peligro potencial en el que estuviste esa semana que estuve fuera, podrГas estar dentro todo el tiempo, si lo supieras todo. No puedo decirte si tienes razГіn o no. No confirmarГ© ni negarГ© nada. AsГ que, por ahora, digamos que… puedes creer cualquier suposiciГіn que hayas hecho, siempre y cuando tengas cuidado de guardГЎrtelas para ti misma”.
Maya asintió lentamente. Echó un vistazo por el pasillo para asegurarse de que Sara no estuviera allà antes de decir: “No eres sólo un profesor. Trabajas para alguien, a nivel de gobierno – FBI, tal vez, o la CIA…”
“¡Jesús, Maya, ¡dije que te lo guardaras para ti!” gruñó Reid.
“La cosa con los Juegos OlГmpicos de Invierno y el foro en Davos”, siguiГі adelante. “TГє tuviste algo que ver con eso”.
“Te lo dije, no voy a confirmar o negar nada…”
“Y ese grupo terrorista del que siguen hablando en las noticias, Amón. ¿Ayudaste a detenerlos?”
Reid se dio la vuelta, mirando por la pequeГ±a ventana que daba a su patio trasero. Era demasiado tarde, para entonces. No tenГa que confirmar o negar nada. Ella podГa verlo en su cara.
“Esto no es un juego, Maya. Es serio, y si el tipo equivocado de gente supiera…”
“¿MamГЎ lo sabГa?”
De todas las preguntas que pudo haber hecho, esa era una bola curva. PermaneciГі en silencio durante un largo momento. Una vez mГЎs, su hija mayor habГa demostrado ser demasiado lista, quizГЎs incluso por su propio bien.
“No lo creo”, dijo en voz baja.
“Y todo lo que viajabas antes”, dijo Maya. “No eran conferencias y lecturas como invitado, ¿verdad?”
“No. No lo eran”.
“Luego te detuviste un rato. ¿Lo dejaste después de… después de que mamá…?”
“SГ. Pero luego me necesitaban de vuelta”. Esa fue suficiente verdad parcial para que no sintiera que estaba mintiendo – y esperemos que lo suficiente como para saciar la curiosidad de Maya.
Se volviГі hacia ella. MirГі fijamente al suelo de baldosas, con su cara grabada en un ceГ±o fruncido. Claramente habГa algo mГЎs que ella querГa preguntar. Esperaba que no lo hiciera.
“Una pregunta más”. Su voz era casi un susurro. “¿Tuviste algo que ver con… con la muerte de Mamá?”
“Oh, Dios. No, Maya. Por supuesto que no”. CruzГі la habitaciГіn rГЎpidamente y la abrazГі con fuerza. “No pienses asГ. Lo que le pasГі a MamГЎ fue algo mГ©dico. PodrГa haberle pasado a cualquiera. No fue… no tuvo nada que ver con esto”.
“Creo que lo sabГa”, dijo en voz baja. “SГіlo que tenГa que preguntar…”
“EstГЎ bien”. Eso era lo Гєltimo que Г©l querГa que pensara, que la muerte de Kate estaba de alguna manera ligada a la vida secreta en la que habГa estado involucrado.
Algo pasó por su mente – una visión. Un recuerdo del pasado.
Una cocina familiar. Su casa en Virginia, antes de mudarse a Nueva York. Antes de que ella muriera. Kate está delante de ti, tan bella como la recuerdas – pero su frente está arrugada, su mirada es dura. Está enfadada. Gritando. Gesticulando con sus manos hacia algo sobre la mesa…
Reid dio un paso atrГЎs, soltando el abrazo de Maya al tiempo que el vago recuerdo le daba un fuerte dolor de cabeza en la frente. A veces su cerebro intentaba recordar ciertas cosas de su pasado que aГєn estaban guardadas, y la recuperaciГіn forzosa lo dejaba con una leve migraГ±a en la parte delantera de su crГЎneo. Pero esta vez fue diferente, extraГ±o; la memoria habГa sido claramente la de Kate, una especie de discusiГіn que Г©l no recordaba haber tenido.
“Papá, ¿estás bien?” preguntó Maya.
El timbre de la puerta sonГі repentinamente, sorprendiГ©ndolos a ambos.
“Uh, sГ”, murmurГі. “Estoy bien. Esa debe ser la pizza”. MirГі su reloj y frunciГі el ceГ±o. “Eso fue muy rГЎpido. Ahora vuelvo”. CruzГі el vestГbulo y mirГі por la ventanilla. Afuera habГa un joven de barba oscura y con una mirada medio vacГa, con una camiseta polo roja con el logotipo de la pizzerГa.
Aun asГ, Reid revisГі por encima de su hombro para asegurarse de que Maya no estaba mirando, y luego metiГі una mano en la chaqueta marrГіn oscura de bombardero que colgaba de un gancho cerca de la puerta. En el bolsillo interior habГa una Glock 22 cargada. Le quitГі el seguro y la metiГі en la parte de atrГЎs de sus pantalones antes de abrir la puerta.
“Entrega para Lawson”, dijo el pizzero, en tono monótono.
“SГ, ese soy yo. ВїCuГЎnto es?”
El tipo acunГі las dos cajas con un brazo mientras buscaba en su bolsillo trasero. Reid tambiГ©n lo hizo instintivamente.
Vio el movimiento desde el rabillo del ojo y su mirada se movió hacia la izquierda. Un hombre con un corte de pelo militar estaba cruzando su césped delantero a toda prisa – pero lo que es más importante, claramente llevaba una pistola con funda en la cadera y su mano derecha estaba en la empuñadura.
CAPГЌTULO DOS
Reid levantГі el brazo como un guardia de cruce que detiene el trГЎfico.
“Está bien, Sr. Thompson”, gritó. “Es sólo pizza”.
El hombre mayor en su césped delantero, con el pelo grisáceo y una ligera barriga, se detuvo en su camino. El pizzero miró por encima de su hombro y, por primera vez, mostró algo de emoción – sus ojos se abrieron de par en par conmoción cuando vio el arma y la mano descansando sobre ella.
“¿Estás seguro, Reid?” El Sr. Thompson miraba sospechosamente al tipo de la pizza.
“Estoy seguro”.
El repartidor sacó lentamente un recibo de su bolsillo. “Uh, son dieciocho”, dijo desconcertado.
Reid le dio uno de veinte y uno diez y tomó las cajas. “Quédate con el cambio”.
El chico de la pizza no tuvo que ser informado dos veces. VolviГі corriendo a su cupГ© que lo esperaba, saltГі dentro y se alejГі. El Sr. Thompson lo vio irse, con los ojos entrecerrados.
“Gracias, Sr. Thompson”, dijo Reid. “Pero es sólo pizza”.
“No me gustГі el aspecto de ese tipo”, gruГ±Гі su vecino de al lado. A Reid le gustaba el hombre mayor – aunque pensaba que Thompson asumГa su nuevo papel de vigilar a la familia Lawson con demasiada seriedad. Aun asГ, Reid prefiriГі decididamente tener a alguien un poco demasiado entusiasta que alguien poco displicente en sus deberes.
“Nunca se puede ser demasiado cuidadoso”, agregó Thompson. “¿Cómo están las chicas?”
“Lo están haciendo bien. Reid sonrió gratamente. “Pero, uh… ¿tienes que llevar eso a la vista todo el tiempo?” Señaló a la Smith & Wesson en la cadera de Thompson.
El hombre mayor parecГa confundido. “Bueno… sГ. Mi CHP expirГі, y Virginia es un estado legal de porte abierto”.
“…Cierto”. Reid forzó otra sonrisa. “Por supuesto. Gracias de nuevo, Sr. Thompson. Le haré saber si necesitamos algo”.
Thompson asintiГі con la cabeza y luego volviГі a trotar por el cГ©sped hasta llegar a su casa. El subdirector Cartwright le habГa asegurado a Reid que el hombre mayor era muy capaz; Thompson era un agente retirado de la CIA y, aunque habГa estado fuera del campo por mГЎs de dos dГ©cadas, estaba claramente feliz – si no un poco ansioso – de ser Гєtil de nuevo.
Reid suspirГі y cerrГі la puerta tras Г©l. La cerrГі con llave y activГі de nuevo la alarma de seguridad (que se estaba convirtiendo en un ritual cada vez que abrГa o cerraba la puerta), y luego se girГі para encontrar a Maya de pie detrГЎs de Г©l en el vestГbulo.
“¿De qué iba eso?”, preguntó.
“Oh, nada. El Sr. Thompson sГіlo querГa saludar”.
Maya volvió a cruzar los brazos. “Y yo que pensaba que estábamos progresando mucho”.
“No seas ridГcula”. Reid se burlГі de ella. “Thompson es sГіlo un viejo inofensivo…”
“¿Inofensivo? Lleva un arma a todos lados”, protestГі Maya. “Y no creas que no lo veo mirГЎndonos desde su ventana. Es como si estuviera espiando…” Su boca se abriГі un poco. “Oh, Dios mГo, ВїГ©l sabe de ti? ВїEl Sr. Thompson tambiГ©n es un espГa?”
“JesГєs, Maya, no soy un espГa…”
En realidad, pensó, eso es exactamente lo que eres…
“¡No puedo creerlo!” exclamó ella. “¿Es por eso que le pides que nos cuide cuando te vas?”
“SГ”, admitiГі en voz baja. No tenГa que decirle las verdades no solicitadas, pero no tenГa mucho sentido ocultarle cosas cuando iba a hacer conjeturas tan precisas de todos modos.
Esperaba que se enfadara y volviera a lanzar acusaciones, pero en vez de eso ella agitГі la cabeza y murmurГі: “Irreal. Mi padre es un espГa y nuestro vecino chiflado es un guardaespaldas”. Entonces, para su sorpresa, ella lo abrazГі alrededor del cuello, casi derribando las cajas de pizza de su mano. “SГ© que no puedes contarme todo. Todo lo que querГa era algo de verdad”.
“SГ, sГ”, murmurГі. “SГіlo arriesgar la seguridad internacional para ser un buen padre. Ahora ve a despertar a tu hermana antes de que se enfrГe la pizza. ВїY Maya? Ni una palabra de esto a Sara”.
Fue a la cocina y sacГі unos platos y unas servilletas, y sirviГі tres vasos de soda. Unos momentos mГЎs tarde, Sara se arrastrГі hacia la cocina, frotГЎndose los ojos para quitarse el sueГ±o.
“Hola, Papi”, murmuró.
“Oye, cariño. Siéntate, por favor. ¿Estás durmiendo bien?”
“Mmm”, murmurГі vagamente. Sara tomГі un pedazo de pizza y mordiГі la punta, masticando en cГrculos lentos y perezosos.
Estaba preocupado por ella, pero tratГі de no decirlo. En vez de eso, agarrГі una rebanada de la pizza de salchicha y pimientos. Estaba a medio camino de su boca cuando Maya intervino, quitГЎndosela de la mano.
“¿Qué crees que estás haciendo?”, demandó ella.
“… ¿Comer? O tratando de hacerlo”.
“Um, no. Tienes una cita, ¿recuerdas?”
“¿Qué? No, eso es mañana…” Se calló, inseguro. “Oh, Dios, eso es esta noche, ¿no?” Casi se golpea en la frente.
“Claro que sГ”, dijo Maya comiendo una porciГіn de pizza.
“Además, no es una cita. Es una cena con una amiga”.
Maya se encogió de hombros. “Bien. Pero si no te preparas, vas a llegar tarde a �cenar con una amiga’”.
MirГі su reloj. Ella tenГa razГіn; se suponГa que Г©l se encontrarГa con Maria a las cinco.
“Vete, fuera. Cámbiate”. Ella lo sacó de la cocina y él se apresuró a subir.
Con todo lo que estaba pasando y sus continuos intentos de eludir sus propios pensamientos, casi habГa olvidado la promesa de encontrarse con Maria. Hubo varios intentos a medias de reunirse en las Гєltimas cuatro semanas, siempre con algo que se interponГa en el camino de un lado a otro – aunque, si estaba siendo honesto consigo mismo, normalmente era Г©l quiГ©n ponГa las excusas. Maria parecГa que finalmente se habГa cansado de ello y no sГіlo planeГі la excursiГіn, sino que eligiГі un lugar a medio camino entre AlejandrГa y Baltimore, donde ella vivГa, si Г©l le prometГa que la verГa.
La echaba de menos. Echaba de menos estar cerca de ella. No eran sГіlo compaГ±eros de la agencia; habГa una historia allГ, pero Reid no podГa recordar la mayor parte de ella. Casi nada, de hecho. Todo lo que sabГa era que cuando estaba cerca de ella, habГa una clara sensaciГіn de que estaba en compaГ±Гa de alguien que se preocupaba por Г©l – una amiga, alguien en quien podГa confiar, y quizГЎs incluso mГЎs que eso.
Se metiГі en su armario y sacГі un conjunto que pensГі que funcionarГa para la ocasiГіn. Era un fanГЎtico de un estilo clГЎsico, aunque era consciente de que su guardarropa probablemente lo fechaba por lo menos una dГ©cada atrГЎs. Se puso un par de caquis plisados, una camisa cuadriculada con botones y una chaqueta de tweed con parches de cuero en los codos.
“¿Es lo que vas a llevar puesto?” Preguntó Maya, sorprendiéndolo. Ella estaba apoyada en el marco de la puerta de su dormitorio, masticando casualmente una masa de pizza.
“¿Qué tiene de malo?”
“Lo que tiene de malo es que parece que acabas de salir de un salón de clases. Vamos”. Ella lo tomó del brazo y lo llevó de vuelta al armario y comenzó a hurgar entre sus ropas. “Jesús, Papá, te vistes como si tuvieras ochenta años…”
“¿Qué hay con eso?”
“¡Nada!”, replicГі ella. “Ah. AquГ”. SacГі un abrigo deportivo negro – el Гєnico que tenГa. “Ponte esto, con algo gris debajo. O blanco. Una camiseta o un polo. Deshazte de los pantalones de papГЎ y ponte unos jeans. Los oscuros. Ajustados”.
A instancias de su hija, se cambiГі de ropa mientras ella esperaba en el pasillo. Supuso que debГa acostumbrarse a este extraГ±o cambio de roles, pensГі. En un momento era un padre sobreprotector, y al siguiente estaba cediendo ante su desafiante y astuta hija.
“Mucho mejor”, dijo Maya al presentarse de nuevo. “Casi parece que estás listo para una cita”.
“Gracias”, dijo, “y esto no es una cita”.
“Sigues diciendo eso. Pero vas a cenar y beber con una mujer misteriosa que dices que es una vieja amiga, aunque nunca la has mencionado y nunca la hemos conocido…”
“Ella es una vieja amiga…”
“Y, debo añadir”, dijo Maya sobre él, “ella es muy atractiva. La vimos bajar del avión en Dulles. Asà que, si alguno de ustedes está buscando algo más que �viejos amigos’, esto es una cita”.
“Dios mГo, tГє y yo no vamos a hablar de eso”. Reid hizo una mueca. Pero en su mente, tenГa un poco de pГЎnico. Ella tiene razГіn. Esto es una cita. HabГa estado haciendo tanta gimnasia mental Гєltimamente que no se habГa detenido lo suficiente para considerar lo que “cenar y beber” significaba realmente para un par de adultos solteros. “Bien”, admitiГі, “digamos que es una cita. Um… ВїquГ© hago?”
“¿Me lo preguntas a m� No soy exactamente una experta”. Maya sonrió. “Habla con ella. Conócela mejor. Y por favor, trata lo mejor que puedas para ser interesante”.
Reid se mofó y agitó la cabeza. “Disculpa, pero soy muy interesante. ¿Cuánta gente conoces que pueda dar una historia oral completa sobre la Rebelión de Bulavin?”
“Sólo uno”. Maya puso los ojos en blanco. “Y no le des a esta mujer una historia oral completa de la Rebelión de Bulavin”.
Reid se rio y abrazГі a su hija.
“Estarás bien”, le aseguró ella.
“Tú también lo estarás”, dijo. “Voy a llamar al Sr. Thompson para que venga un rato…”
“¡Papá, no!” Maya se alejó de su abrazo. “Vamos. Tengo dieciséis años. Puedo cuidar a Sara un par de horas”.
“Maya, sabes lo importante que es para mà que ustedes dos no estén solas…”
“PapГЎ, huele a aceite de motor y de lo Гєnico que quiere hablar es de вЂ?los buenos viejos tiempos’ con los Marines”, dijo exasperada. “No va a pasar nada. Vamos a comer pizza y a ver una pelГcula. Sara estarГЎ en la cama antes de que vuelvas. Estaremos bien”.
“Sigo pensando que el Sr. Thompson deberГa venir…”
“Él puede espiar por la ventana como siempre. Vamos a estar bien. Te lo prometo. Tenemos un gran sistema de seguridad y cerrojos en todas las puertas, y sé del arma cerca de la puerta principal…”
“¡Maya!” exclamó Reid. ¿Cómo se enteró de eso? “No te metas con eso, ¿entiendes?”
“No voy a tocarla”, dijo ella. “SГіlo estoy diciendo. SГ© que estГЎ ahГ. Por favor. DГ©jame probar que puedo hacerlo”.
A Reid no le gustaba la idea de que las niñas estuvieran solas en la casa, en absoluto, pero ella prácticamente estaba suplicando. “Dime el plan de escape”, dijo.
“¡¿Todo el asunto?!”, protestó.
“Todo el asunto”.
“Bien”. Se volteГі el pelo por encima del hombro, como a menudo lo hacГa cuando estaba molesta. Sus ojos se volvieron hacia el techo mientras recitaba, monГіtonamente, el plan que Reid habГa puesto en prГЎctica poco despuГ©s de su llegada a la nueva casa. “Si alguien viene a la puerta principal, primero debo asegurarme de que la alarma estГ© armada, y que el cerrojo y la cadena estГ©n encendidos. Luego reviso la ventanilla para ver si es alguien que conozco. Si no lo es, llamarГ© al Sr. Thompson y harГ© que investigue primero”.
“¿Y si lo es?”, dijo.
“Si es alguien que conozco”, dijo Maya, “reviso la ventana lateral – con cuidado – para ver si hay alguien más con ellos. Si los hay, llamo al Sr. Thompson para que venga a investigar”.
“¿Y si alguien intenta forzar la entrada?”
“Entonces bajamos al sГіtano y entramos en la sala de ejercicios”, recitГі. Una de las primeras renovaciones que Reid habГa hecho, al mudarse, fue reemplazar la puerta de la pequeГ±a habitaciГіn del sГіtano por una con un nГєcleo de acero. TenГa tres cerrojos pesados y bisagras de aleaciГіn de aluminio. Era a prueba de balas e incendios, y el tГ©cnico de la CIA que la habГa instalado afirmГі que se necesitarГa una docena de arietes SWAT para derribarla. ConvirtiГі la pequeГ±a sala de ejercicios en una sala de pГЎnico improvisada.
“¿Y luego?”, preguntó.
“Primero llamamos al Sr. Thompson”, dijo ella. “Y luego al 911. Si olvidamos nuestros celulares o no podemos llegar a ellos, hay un teléfono fijo en el sótano preprogramado con su número”.
“¿Y si alguien entra por la fuerza y no puedes llegar al sótano?”
“Entonces vamos a la salida disponible más cercana”, dijo Maya. “Una vez fuera, hacemos tanto ruido como sea posible”.
Thompson era muchas cosas, pero sordo no era una de ellas. Una noche Reid y las niГ±as tenГan la televisiГіn encendida demasiado alto mientras veГan una pelГcula de acciГіn, y Thompson vino corriendo al sonido de lo que Г©l pensaba que podrГan haber sido disparos reprimidos.
“Pero siempre debemos tener nuestros teléfonos con nosotras, en caso de que necesitemos hacer una llamada una vez que estemos en un lugar seguro”.
Reid asintiГі con la cabeza. Ella habГa recitado todo el plan – excepto una pequeГ±a pero crucial parte. “Olvidaste algo”.
“No, no lo hice”. Ella frunció el ceño.
“Una vez que estés en un lugar seguro, ¿y después de llamar a Thompson y a las autoridades…?”
“Oh, cierto. Entonces te llamaremos de inmediato y te haremos saber lo que ha pasado”.
“De acuerdo”.
“¿De acuerdo?” Maya levantó una ceja. “De acuerdo, ¿nos dejarás estar solas por esta vez?”
TodavГa no le gustaba. Pero era sГіlo por un par de horas, y Thompson estarГa justo al lado. “SГ”, dijo finalmente.
Maya respirГі aliviada. “Gracias. Estaremos bien, lo juro”. Ella lo abrazГі de nuevo, brevemente. Se girГі para volver a bajar, pero luego pensГі en otra cosa. “¿Puedo salirme con la mГa con una pregunta mГЎs?”
“Por supuesto. Pero no puedo prometerte que te diré la respuesta”.
“¿Vas a empezar… a viajar, otra vez?”
“Oh”. Una vez mГЎs su pregunta lo tomГі por sorpresa. La CIA le habГa ofrecido su puesto de vuelta – de hecho, el propio Director Nacional de Inteligencia habГa exigido que Kent Steele fuera totalmente reincorporado – pero Reid aГєn no les habГa dado una respuesta, y la agencia aГєn no habГa exigido una de Г©l. La mayorГa de los dГas evitaba pensar en ello.
“Yo… realmente me gustarГa decir que no. Pero la verdad es que no lo sГ©. No he tomado una decisiГіn”.В Se detuvo un momento antes de preguntar: “¿QuГ© pensarГas si lo hiciera?”
“¿Quieres mi opinión?”, preguntó sorprendida.
“SГ, asГ es. Honestamente, eres una de las personas mГЎs inteligentes que conozco y tu opiniГіn me importa mucho”.
“Quiero decir… por un lado, es genial, saber lo que sé ahora…”
“Sabiendo lo que piensas que sabes”, corrigió Reid.
“Pero también es bastante aterrador. Sé que hay una posibilidad real de que te lastimes, o… o peor”. Maya estuvo callada por un tiempo. “¿Te gusta? ¿Trabajar para ellos?”
Reid no le contestГі directamente. Ella tenГa razГіn; la terrible experiencia por la que habГa pasado habГa sido aterradora, y habГa amenazado su vida mГЎs de una vez, asГ como la de sus dos hijas. No podrГa soportarlo si algo les pasara. Pero la dura verdad – y una de las razones mГЎs importantes por las que se mantuvo tan ocupado Гєltimamente – fue que en realidad lo disfrutГі y lo extraГ±aba. Kent Steele anhelaba la persecuciГіn. Hubo un tiempo, cuando todo esto comenzГі, en que reconociГі esa parte de Г©l como si fuera una persona diferente, pero eso no era cierto. Kent Steele era un alias. Г‰l lo anhelaba. Lo extraГ±aba. Era parte de Г©l, tanto como enseГ±ar y criar a dos niГ±as. Aunque sus recuerdos eran borrosos, era parte de su yo mГЎs grande, de su identidad, y no tenerlo era como una estrella del deporte que sufrГa una lesiГіn que acababa con su carrera: traГa consigo la pregunta, ВїQuiГ©n soy yo? ВїY si no soy asГ?
No tenГa que responder a su pregunta en voz alta. Maya podГa verlo en su mirada de mil metros.
“¿Cómo se llama?”, preguntó de repente, cambiando de tema.
Reid sonriГі tГmidamente. “Maria”.
“Maria”, dijo pensativamente. “Muy bien. Disfruta de tu cita”. Maya se dirigió a las escaleras.
Antes de seguir, Reid tuvo una idea secundaria menor. AbriГі el cajГіn superior del tocador y rebuscГі en la parte de atrГЎs hasta que encontrГі lo que estaba buscando – una botella vieja de colonia cara, que no habГa usado en dos aГ±os. HabГa sido la favorita de Kate. OlfateГі el tubo y sintiГі un escalofrГo correr por su columna vertebral. Era un olor familiar, amigable, que llevaba consigo un torrente de buenos recuerdos.
Se rociГі un poco en la muГ±eca y se frotГі cada lado del cuello. El olor era mГЎs fuerte de lo que recordaba, pero agradable.
Entonces – otro recuerdo apareció en su visión.
La cocina en Virginia. Kate está enojada, señalando hacia algo que estaba en la mesa. No sólo está enojada – está asustada. “¿Por qué tienes esto, Reid?”, pregunta acusadoramente. “¿Y si una de las chicas la hubiera encontrado? ¡Respóndeme!”
SacudiГі la visiГіn antes de que apareciera la inevitable migraГ±a, pero eso no hizo que la experiencia fuera menos perturbadora. No podГa recordar cuГЎndo ni por quГ© habГa ocurrido esa discusiГіn; Kate y Г©l rara vez habГan discutido y, en la memoria, ella parecГa asustada – o asustada de lo que sea que discutieran o posiblemente incluso asustada de Г©l. Nunca le habГa dado una razГіn para estarlo. Al menos no una que Г©l pudiera recordar…
Sus manos temblaron al darse cuenta de que se habГa dado cuenta de algo nuevo. No podГa recordar la memoria, lo que significaba que podrГa haber sido una que fue suprimida por el implante. ВїPero por quГ© los recuerdos de Kate se habrГan borrado con los de Agente Cero?
“¡Papá!” Maya llamó desde abajo de las escaleras. “¡Vas a llegar tarde!”
“SГ”, murmurГі. “Voy”. TendrГa que enfrentarse a la realidad de que o buscaba una soluciГіn a su problema o que los recuerdos que reaparecГan de vez en cuando lucharГan continuamente, confusos y estridentes.
Pero se enfrentarГa a esa realidad mГЎs tarde. Ahora mismo tenГa una promesa que cumplir.
BajГі las escaleras, besГі a cada una de sus hijas en la parte superior de la cabeza y se dirigiГі al coche. Antes de bajar por el pasillo, se asegurГі de que Maya pusiera la alarma despuГ©s de Г©l, y luego subiГі al todoterreno plateado que habГa comprado un par de semanas antes.
Aunque estaba muy nervioso y ciertamente emocionado por volver a ver a Maria, no podГa sacudir la apretada bola de miedo que tenГa en el estГіmago. No pudo evitar sentir que dejar a las niГ±as solas, aunque fuera por poco tiempo, era una muy mala idea. Si los acontecimientos del mes anterior le habГan enseГ±ado algo, era ante todo que no faltaban las amenazas que querГan verle sufrir.
CAPГЌTULO TRES
“¿CГіmo se siente esta noche, seГ±or?” preguntГі educadamente la enfermera al entrar en su habitaciГіn del hospital. Su nombre era Elena, Г©l lo sabГa, y ella era suiza, aunque le hablaba en un inglГ©s acentuado. Era pequeГ±a y joven, la mayorГa dirГa que incluso bonita y muy alegre.
Rais no dijo nada en respuesta. Nunca lo hizo. Г‰l simplemente mirГі fijamente mientras ella ponГa una taza de poliestireno sobre su mesita de noche e inspeccionaba cuidadosamente sus heridas. SabГa que su alegrГa era una compensaciГіn excesiva por su miedo. SabГa que a ella no le gustaba estar en la habitaciГіn con Г©l, a pesar del par de guardias armados detrГЎs de ella, vigilando cada uno de sus movimientos. A ella no le gustaba tratarlo, ni siquiera hablar con Г©l.
A nadie le gustaba.
La enfermera, Elena, inspeccionГі sus heridas con cautela. Se dio cuenta de que ella estaba nerviosa por estar tan cerca de Г©l. Ellos sabГan lo que habГa hecho; que habГa matado en nombre de AmГіn.
TendrГan mucho mГЎs miedo si supiesen cuГЎntos, pensГі irГіnicamente.
“Estás sanando bien”, le dijo ella. “Más rápido de lo esperado”. Ella le dijo eso todas las noches, lo que él tomaba como un código que significaba “espero que te vayas pronto”.
Esa no fue una buena noticia para Rais, porque cuando finalmente estuviera lo suficientemente bien como para irse, lo mГЎs probable es que lo envГen a un agujero hГєmedo y horrible en el suelo, a un sitio negro de la CIA en el desierto, para que sufriera mГЎs heridas mientras lo torturaban para obtener informaciГіn.
Como AmГіn, perduramos. Ese habГa sido su mantra durante mГЎs de una dГ©cada de su vida, pero ese ya no era el caso. AmГіn ya no existГa, por lo que sabГa Rais; su complot en Davos habГa fracasado, sus lГderes habГan sido detenidos o asesinados, y todos los organismos encargados de hacer cumplir la ley en el mundo conocГan la marca, el glifo de AmГіn que sus miembros quemaban en su piel. A Rais no se le permitГa ver la televisiГіn, pero obtuvo las noticias de sus guardias de policГa armados, que hablaban a menudo (y durante mucho tiempo, a menudo para disgusto de Rais).
Г‰l mismo habГa cortado la marca de su piel antes de ser llevado al hospital de Sion, pero terminГі siendo en vano; ellos sabГan quiГ©n era y al menos algo de lo que habГa hecho. Aun asГ, la cicatriz rosa dentada y moteada en la que la marca habГa estado una vez en su brazo era un recordatorio diario de que AmГіn ya no existГa, por lo que sГіlo parecГa apropiado que su mantra cambiara.
Yo perduro.
Elena tomó la taza de poliestireno, llena de agua helada y una pajita. “¿Quieres algo de beber?”
Rais no dijo nada, pero se inclinГі un poco hacia delante y abriГі los labios. Ella guio la pajilla hacia Г©l con cautela, sus brazos completamente extendidos y bloqueados a la altura de los codos, su cuerpo reclinado en un ГЎngulo. Ella tenГa miedo; cuatro dГas antes Rais habГa intentado morder al Dr. Gerber. Sus dientes le habГan raspado el cuello al doctor, ni siquiera habГan penetrado en su piel, pero aun asГ eso le asegurГі una fisura en la mandГbula por parte de uno de sus guardias.
Rais no intentГі nada esta vez. TomГі sorbos largos y lentos a travГ©s de la pajilla, disfrutando del miedo de la chica y de la ansiedad de los dos policГas que observaban detrГЎs de ella. Cuando se saciГі, se echГі hacia atrГЎs de nuevo. Ella audiblemente suspirГі con alivio.
Yo perduro.
HabГa soportado bastante en las Гєltimas cuatro semanas. HabГa sufrido una nefrectomГa para extirpar su riГ±Гіn perforado. HabГa tenido que someterse a una segunda cirugГa para extraer una parte de su hГgado lacerado. HabГa tenido que someterse a un tercer procedimiento para asegurarse de que ninguno de sus otros Гіrganos vitales habГa sido daГ±ado. HabГa pasado varios dГas en la UCI antes de ser trasladado a una unidad mГ©dico-quirГєrgica, pero nunca abandonГі la cama a la que estaba encadenado por ambas muГ±ecas. Las enfermeras lo giraron y cambiaron su orinal y lo mantuvieron tan cГіmodo como pudieron, pero nunca se le permitiГі levantarse, pararse, moverse por su propia voluntad.
Las siete puГ±aladas en la espalda y una en el pecho habГan sido suturadas y, como la enfermera nocturna Elena le recordaba continuamente, estaban sanando bien. Aun asГ, habГa poco que los mГ©dicos pudieran hacer sobre el daГ±o al nervio. A veces toda la espalda se le dormГa, hasta los hombros y ocasionalmente hasta los bГceps. No sentirГa nada, como si esas partes de su cuerpo pertenecieran a otro.
Otras veces se despertaba de un sueГ±o sГіlido con un grito en la garganta mientras un dolor abrasador lo atravesaba como una tormenta de rayos. Nunca duraba mucho tiempo, pero era agudo, intenso, y venГa irregularmente. Los mГ©dicos los llamaban “aguijones”, un efecto secundario que a veces se observa en personas con daГ±o nervioso tan extenso como el suyo. Le aseguraron que estos aguijones a menudo se desvanecГan y se detenГan por completo, pero no sabrГan decir cuГЎndo ocurrirГa eso. En cambio, le dijeron que tenГa suerte de que no hubiera ningГєn daГ±o en su mГ©dula espinal. Le dijeron que tuvo suerte de haber sobrevivido a sus heridas.
SГ, suerte, pensГі amargamente. Suerte que se estaba recuperando sГіlo para ser arrojado a los brazos en espera de un sitio negro de la CIA. Suerte que en un solo dГa le arrancaron todo por lo que habГa trabajado. Afortunado de haber sido vencido no una vez, sino dos veces por Kent Steele, un hombre al que odiaba, detestaba, con toda la fibra de su ser.
Yo perduro.
Antes de salir de su habitaciГіn, Elena agradeciГі a los dos oficiales en alemГЎn y les prometiГі llevarles cafГ© cuando regresara mГЎs tarde. Una vez que ella se fue, retomaron su puesto justo afuera de su puerta, que siempre estaba abierta, y reanudaron su conversaciГіn, algo sobre un reciente partido de fГєtbol. Rais era bastante versado en alemГЎn, pero los detalles del dialecto suizo-alemГЎn y la velocidad con la que hablaban le eludГan a veces. Los oficiales del turno diurno a menudo conversaban en inglГ©s, la cual fue la razГіn por la que recibiГі muchas de sus noticias sobre lo que estaba ocurriendo fuera de su habitaciГіn del hospital.
Ambos eran miembros de la Oficina Federal de PolicГa de Suiza, la cual ordenГі que tuviera dos guardias en su habitaciГіn en todo momento, las veinticuatro horas del dГa. Rotaban en turnos de ocho horas, con un grupo de guardias completamente diferente los viernes y los fines de semana. Siempre habГa dos, siempre; si un oficial tenГa que ir al baГ±o o comer algo, primero tenГan que llamar para que le enviaran a uno de los guardias de seguridad del hospital y luego esperar a que llegaran. La mayorГa de los pacientes en su condiciГіn y en su recuperaciГіn probablemente habrГan sido transferidos a un centro de trauma de menor nivel, pero Rais habГa permanecido en el hospital. Era una instalaciГіn mГЎs segura, con sus unidades cerradas y guardias armados.
Siempre habГa dos. Siempre. Y Rais habГa determinado que podrГa funcionar a su favor.
HabГa tenido mucho tiempo para planear su fuga, especialmente en los Гєltimos dГas, cuando sus niveles de medicaciГіn habГan disminuido y podГa pensar lГєcidamente. PasГі por varios escenarios en su cabeza, una y otra vez. Memorizaba los horarios y escuchaba las conversaciones. No pasarГa mucho tiempo antes de que lo dieran de alta – a lo sumo en cuestiГіn de dГas.
TenГa que actuar y decidiГі que lo harГa esta noche.
Sus guardias se habГan vuelto complacientes durante las semanas que habГan estado en su puerta. Lo llamaban “terrorista” y sabГan que era un asesino, pero ademГЎs del pequeГ±o incidente con el Dr. Gerber unos dГas antes, Rais no habГa hecho nada mГЎs que permanecer en silencio, en su mayor parte inmГіvil, y permitiendo que el personal cumpliera con sus deberes. Si no habГa nadie en la habitaciГіn con Г©l, los guardias apenas le prestaban atenciГіn, aparte de echarle un vistazo de vez en cuando.
No habГa intentado morder al mГ©dico por despecho o malicia, sino por necesidad. Gerber se habГa inclinado sobre Г©l, inspeccionando la herida de su brazo donde habГa cortado la marca de AmГіn – y el bolsillo de la bata blanca del mГ©dico le habГa rozado los dedos de la mano encadenada de Rais. Se lanzГі, chasqueando sus mandГbulas, y el doctor saltГі asustado mientras los dientes rozaban su cuello.
Y una pluma fuente habГa permanecido firmemente sujetada en el puГ±o de Rais.
Uno de los oficiales en servicio le habГa dado una sГіlida bofetada en la cara por ello, y en el momento en que el golpe cayГі, Rais deslizГі el bolГgrafo bajo sus sГЎbanas, guardГЎndolo debajo de su muslo izquierdo. AhГ habГa permanecido durante tres dГas, oscurecido bajo las sГЎbanas, hasta la noche anterior. La habГa sacado mientras los guardias hablaban en el pasillo. Con una mano, incapaz de ver lo que estaba haciendo, separГі las dos mitades del bolГgrafo y sacГі el cartucho, trabajando lenta y constantemente para que la tinta no se derramara. La pluma era una pluma de estilo clГЎsico con punta dorada que llegaba a una punta peligrosa. DeslizГі esa mitad bajo la sГЎbana. La mitad trasera tenГa un clip de oro de bolsillo, que Г©l cuidadosamente sacГі con su pulgar hacia atrГЎs y hacia afuera hasta que se rompiГі.
La atadura en su muГ±eca izquierda le permitГa un poco menos de un pie de movilidad para su brazo, pero si estiraba la mano hasta el lГmite, podГa alcanzar los primeros centГmetros de la mesita de noche. Su tablero de la mesa era simple, de partГculas lisas, pero la parte inferior era ГЎspera como papel de lija. Durante el transcurso de una agotadora y dolorosa noche anterior de cuatro horas, Rais frotГі suavemente el clip del bolГgrafo hacia adelante y hacia atrГЎs a lo largo de la parte inferior de la mesa, con cuidado de no hacer mucho ruido. Con cada movimiento temГa que el clip se le escapara de los dedos o que los guardias notaran el movimiento, pero su habitaciГіn estaba oscura y la conversaciГіn era profunda. TrabajГі y trabajГі hasta que afilГі el clip como la punta de una aguja. Entonces el clip tambiГ©n desapareciГі debajo de las sГЎbanas, junto a la punta de la pluma.
SabГa por los fragmentos de la conversaciГіn que habrГa tres enfermeras nocturnas en la unidad de cirugГa mГ©dica esta noche, Elena incluida, con otras dos de guardia si fuera necesario. Ellas, mГЎs los guardias, significaban al menos cinco personas con las que tendrГa que lidiar, y con un mГЎximo de siete.
A nadie del personal mГ©dico le gustaba mucho atenderlo, sabiendo lo que era, asГ que registraban con muy poca frecuencia. Ahora que Elena habГa venido y se habГa ido, Rais sabГa que tenГa entre sesenta y noventa minutos antes de que ella pudiera regresar.
Su brazo izquierdo estaba sujeto con una correa hospitalaria estГЎndar, lo que los profesionales llaman a veces “cuatro puntos”. Era una suave atadura azul alrededor de la muГ±eca con una ajustada correa de nylon blanca y abrochada, que estaba firmemente adherida a la barandilla de acero de su cama. Debido a la gravedad de sus crГmenes, su muГ±eca derecha estaba esposada.
El par de guardias de afuera estaban conversando en alemГЎn. Rais escuchГі atentamente; el de la izquierda, Luca, parecГa estar quejГЎndose de que su esposa estaba engordando. Rais casi se burlГі; Luca estaba lejos de estar en forma. El otro, un hombre llamado ElГas, era mГЎs joven y atlГ©tico, pero bebГa cafГ© en dosis que deberГan haber sido letales para la mayorГa de los humanos. Cada noche, entre los noventa minutos y las dos horas de su turno, ElГas llamaba a la guardia nocturna para poder liberarse. Mientras estaba fuera, ElГas salГa a fumar un cigarrillo, de modo que con el descanso para ir al baГ±o significaba que por lo general estaba fuera entre ocho y once minutos. Rais habГa pasado las Гєltimas noches contando en silencio los segundos de las ausencias de ElГas.
Era una oportunidad muy limitada, pero para la que estaba preparado.
BuscГі bajo sus sГЎbanas el clip afilado y lo sostuvo en la punta de los dedos de su mano izquierda. Luego, con cuidado, la arrojГі en un arco sobre su cuerpo. AterrizГі hГЎbilmente en la palma de su mano derecha.
Luego vendrГa la parte mГЎs difГcil de su plan. TirГі de su muГ±eca para que la cadena de las esposas estuviera tensa, y mientras la sostenГa de esa manera, torciГі su mano y metiГі la punta afilada del clip en el agujero de la cerradura de las esposas alrededor de la barandilla de acero. Era difГcil e incГіmodo, pero ya habГa escapado antes de las esposas; sabГa que el mecanismo de cierre interior estaba diseГ±ado para que una llave universal pudiera abrir casi cualquier par, y conocer el funcionamiento interior de una cerradura significaba simplemente hacer los ajustes correctos para disparar los pines del interior. Pero tenГa que mantener la cadena tensa para evitar que el brazalete sonara contra la barandilla y alertara a los guardias.
Le llevГі casi veinte minutos retorcerse, girar, hacer pequeГ±as pausas para aliviar sus doloridos dedos e intentarlo de nuevo, pero finalmente el candado hizo clic y el brazalete se abriГі. Rais lo desenganchГі cuidadosamente de la barandilla.
Una mano estaba libre.
Se acercГі y se desabrochГі apresuradamente el cinturГіn que tenГa a su izquierda.
Ambas manos estaban libres.
GuardГі el clip debajo de las sГЎbanas y quitГі la mitad superior del bolГgrafo, agarrГЎndolo en la palma de su mano para que sГіlo quedara al descubierto la pluma afilada.
Fuera de su puerta, el oficial mГЎs joven se puso de pie repentinamente. Rais contuvo la respiraciГіn y fingiГі estar dormido mientras ElГas lo observaba.
“Llama a Francis, Вїquieres?” dijo ElГas en alemГЎn. “Tengo que orinar”.
“Seguro”, dijo Luca bostezando. Se comunicГі por radio con el vigilante nocturno del hospital, que normalmente se encontraba detrГЎs de la recepciГіn en el primer piso. Rais habГa visto a Francisco muchas veces; era un hombre mayor, de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, quizГЎs, con un cuerpo delgado. Llevaba un arma, pero sus movimientos eran lentos.
Era exactamente lo que Rais esperaba. No querГa tener que luchar contra el oficial de policГa mГЎs joven en su estado aГєn en recuperaciГіn.
Tres minutos despuГ©s apareciГі Francis, con su uniforme blanco y corbata negra, y ElГas se apresurГі a ir al baГ±o. Los dos hombres que estaban fuera de la puerta intercambiaron cumplidos mientras Francis se sentaba en el asiento de plГЎstico de ElГas con un fuerte suspiro.
Era el momento de actuar.
Rais se deslizГі cuidadosamente hasta el final de la cama y puso sus pies descalzos sobre la frГa baldosa. HacГa tiempo que no usaba las piernas, pero estaba seguro de que sus mГєsculos no se habГan atrofiado mГЎs allГЎ de lo que necesitaba.
Se puso de pie con cuidado, en silencio – y luego sus rodillas se doblaron. AgarrГі el borde de la cama para apoyarse y mirГі hacia la puerta. Nadie vino; las voces continuaron. Los dos hombres no habГan oГdo nada.
Rais se puso de pie tembloroso, jadeando y dando unos pasos en silencio. Sus piernas estaban dГ©biles, sin duda, pero siempre habГa sido fuerte cuando era necesario y ahora necesitaba ser fuerte. Su bata de hospital fluГa a su alrededor, abierta por detrГЎs. La prenda inmodesta sГіlo le impedГa hacerlo, asГ que se la arrancГі, de pie desnudo en la habitaciГіn del hospital.
Con la tapa de la pluma en su puГ±o, tomГі una posiciГіn justo detrГЎs de la puerta abierta y emitiГі un silbido bajo.
Ambos hombres lo escucharon, aparentemente por el repentino raspado de las patas de la silla al levantarse de sus asientos. El marco de Luca llenГі la puerta mientras miraba el cuarto oscuro.
“¡Mein Gott!” murmurГі mientras entraba apresuradamente, notando la cama vacГa.
Francis le siguiГі, con la mano en la funda de su pistola.
Tan pronto como el guardia mayor pasГі el umbral, Rais saltГі hacia delante. AtascГі la tapa de la punta en la garganta de Luca y la retorciГі, desgarrГЎndole una cГЎmara en la carГіtida. La sangre salpicaba abundantemente de la herida abierta y parte de ella salpicaba la pared opuesta.
SoltГі la pluma y se apresurГі hacia Francis, que luchaba por liberar su arma. Desabrochar, desenfundar, quitar el seguro, apuntar – la reacciГіn del guardia mayor fue lenta, costГЎndole varios segundos preciosos que simplemente no tenГa.
Rais le dio dos golpes, el primero hacia arriba, justo debajo del ombligo, seguido inmediatamente de un golpe hacia abajo en el plexo solar. Un forzaba el aire hacia los pulmones, mientras que el otro forzaba el aire hacia afuera, y el efecto repentino y estremecedor que tenГa en un cuerpo confundido generalmente era visiГіn borrosa y a veces pГ©rdida de la conciencia.
Francis se tambaleГі, incapaz de respirar, y se puso de rodillas. Rais girГі detrГЎs de Г©l y con un movimiento limpio le rompiГі el cuello al guardia.
Luca agarrГі su garganta con ambas manos mientras se desangraba, gorgoteando y con leves jadeos en la garganta. Rais observГі y contГі los once segundos hasta que el hombre perdiГі el conocimiento. Sin detener el flujo sanguГneo, estarГa muerto en menos de un minuto.
RГЎpidamente liberГі a ambos guardias de sus armas y los puso en la cama. La siguiente fase de su plan no serГa fГЎcil; tenГa que escabullirse por el pasillo, sin ser visto, hasta el armario de suministros donde habrГa uniformes de repuesto. No podГa salir del hospital con el uniforme reconocible de Francis o el de Luca, este ahora empapado de sangre.
OyГі una voz masculina al final del pasillo y se quedГі helado.
Era el otro oficial, ElГas. ВїTan pronto? La ansiedad aumentГі en el pecho de Rais. Luego escuchГі una segunda voz – la enfermera de la noche, Elena. Al parecer, ElГas se habГa saltado su descanso para fumar y charlar con la joven enfermera y ahora ambos se dirigГan a su habitaciГіn por el pasillo. PasarГan por allГ en unos instantes.
PreferirГa no tener que matar a Elena. Pero si fuera una elecciГіn entre ella y Г©l, habrГa muerto.
Rais cogiГі una de las armas de la cama. Era una Sig P220, toda negra, calibre 45. La tomГі con la mano izquierda. El peso de la misma se sentГa acogedor y familiar, como una vieja llama. Con su derecha agarrГі la mitad abierta de las esposas. Y luego esperГі.
Las voces de la sala se callaron.
“¿Luca?” gritГі ElГas. “¿Francis?” El joven oficial desabrochГі la correa de su funda y tenГa una mano en su pistola mientras entraba en la oscura habitaciГіn. Elena se arrastraba detrГЎs de Г©l.
Los ojos de ElГas se abrieron de par en par con horror al ver a los dos hombres muertos.
Rais golpeГі el gancho de las esposas abiertas contra el costado del cuello del joven y luego tirГі de su brazo hacia atrГЎs. El metal le mordiГі en la muГ±eca y las heridas en la espalda le quemaron, pero ignorГі el dolor al arrancarle la garganta al joven de su cuello. Una cantidad sustancial de sangre salpicГі y corriГі por el brazo del asesino.
Con su mano izquierda presionГі la Sig contra la frente de Elena.
“No grites”, dijo rápida y silenciosamente. “No grites. Permanece en silencio y vive. Haz un ruido y muere. ¿Lo entiendes?”
Un pequeГ±o chillido surgiГі de los labios de Elena mientras sofocaba el sollozo que salГa de ella. Ella asintiГі, incluso mientras las lГЎgrimas brotaban de sus ojos. Incluso cuando ElГas se cayГі hacia adelante, de bruces en el suelo de baldosas.
La mirГі de arriba abajo. Era pequeГ±a, pero su uniforme era algo holgado y la cintura elГЎstica. “QuГtate la ropa”, le dijo.
La boca de Elena se abriГі con horror.
Rais se burlГі. Pero podГa entender la confusiГіn; despuГ©s de todo, seguГa desnudo. “No soy ese tipo de monstruo”, le asegurГі. “Necesito ropa. No te lo pedirГ© de nuevo”.
Temblando, la joven se sacГі la blusa y se deslizГі fuera de sus pantalones, quitГЎndoselos sobre sus zapatillas blancas, mientras estaba de pie en el charco de sangre de ElГas.
Rais los tomГі y se los puso, de forma un poco torpe con una mano mientras Г©l mantenГa la Sig apuntada en la chica. El uniforme estaba ajustado y los pantalones un poco cortos, pero serГan suficientes. Se metiГі la pistola en la parte de atrГЎs de sus pantalones y sacГі la otra de la cama.
Elena estaba de pie en ropa interior, abrazando sus brazos sobre su estГіmago. Rais se dio cuenta; se quitГі la bata del hospital y se la ofreciГі. “CГєbrete. Luego sГєbete a la cama”. Mientras ella hacГa lo que Г©l le pedГa, encontrГі un llavero en el cinturГіn de Luca y liberГі su otra esposa. Luego enroscГі la cadena alrededor de una de las barandillas de acero y esposГі las manos de Elena.
Puso las llaves en el borde más lejano de la mesita de noche, fuera de su alcance. “Alguien vendrá y te liberará después de que me haya ido”, le dijo. “Pero primero tengo preguntas. Necesito que seas honesta, porque si no lo eres, volveré y te mataré. ¿Lo entiendes?”
Ella asintiГі frenГ©ticamente, con las lГЎgrimas cayendo sobre sus mejillas.
“¿Cuántos enfermeros más hay en esta unidad esta noche?”
“P-por favor, no les hagas daño”, tartamudeó.
“Elena ¿Cuántos enfermeros más hay en esta unidad esta noche?”, repitió.
“D-dos…” Lloriqueó. “Thomas y Mia. Pero Tom está en descanso. Debe estar abajo”.
“De acuerdo”. La etiqueta con el nombre pegado a su pecho era del tamaГ±o de una tarjeta de crГ©dito. TenГa una pequeГ±a foto de Elena, y en el reverso, una raya negra a lo largo. “¿Esto es una unidad cerrada por la noche? Y tГє placa, Вїes la llave?”
Ella asintiГі y volviГі a lloriquear.
“Bien”. MetiГі la segunda pistola en la cintura de los pantalones mГ©dicos y se arrodillГі junto al cuerpo de ElГas. Luego se quitГі los dos zapatos y metiГі los pies en ellos. Estaban un poco apretados, pero era lo suficientemente cerca como para escapar. “Una Гєltima pregunta. ВїSabes lo que conduce Francis? ВїEl guardia nocturno?” SeГ±alГі al hombre muerto con el uniforme blanco.
“N-no estoy segura. Un… un camión, creo”.
Rais cavГі en los bolsillos de Francis y sacГі un juego de llaves. HabГa un llavero electrГіnico; eso ayudarГa a localizar el vehГculo. “Gracias por tu honestidad”, le dijo. Luego arrancГі una tira del borde de la sГЎbana y se la metiГі en la boca.
El pasillo estaba vacГo y muy iluminado. Rais tenГa la Sig en sus manos, pero la mantuvo oculta a sus espaldas mientras se arrastraba por el pasillo. Se abrГa a un piso mГЎs amplio con un puesto de enfermerГa en forma de U y, mГЎs allГЎ, la salida a la unidad. Una mujer con anteojos redondos y de cabello castaГ±o por los hombros escribГa en una computadora, de espaldas a Г©l.
“Date la vuelta, por favor”, le dijo a ella.
La sorprendida mujer se girГі para encontrar a su paciente/prisionero en bata, con un brazo ensangrentado, apuntГЎndole con un arma. PerdiГі el aliento y sus ojos se abultaron.
“TГє debes ser Mia”, dijo Rais. La mujer era probablemente de unos cuarenta aГ±os, matrona, con cГrculos oscuros bajo sus amplios ojos. “Manos arriba”.
Ella lo hizo.
“¿Qué le pasó a Francis?”, preguntó en voz baja.
“Francis estГЎ muerto”, le dijo Rais desapasionadamente. “Si quieres unirte a Г©l, haz algo imprudente. Si quieres vivir, escucha atentamente. Voy a salir por esa puerta. Una vez que se cierre detrГЎs de mГ, vas a contar lentamente hasta treinta. Entonces vas a ir a mi habitaciГіn. Elena estГЎ viva, pero necesita tu ayuda. DespuГ©s de eso, puedes hacer lo que sea para lo que estГ©s entrenada en una situaciГіn como Г©sta. ВїLo entiendes?”
La enfermera asintiГі una vez con fuerza.
“¿Tengo tu palabra de que seguirás estas instrucciones? Prefiero no matar mujeres cuando puedo evitarlo”
Ella volviГі a asentir con la cabeza, mГЎs despacio.
“Bien”. Dio la vuelta alrededor de la estaciГіn, tirando de la insignia de la blusa mientras lo hacГa y la pasГі a travГ©s de la ranura para tarjetas a la derecha de la puerta. Una pequeГ±a luz cambiГі de rojo a verde y el candado hizo clic. Rais abriГі la puerta, mirГі una vez mГЎs a Mia, que no se habГa movido y luego observГі como la puerta se cerraba tras Г©l.
Y luego corriГі.
CorriГі por el pasillo, metiГ©ndose la Sig en los pantalones mientras lo hacГa. BajГі por las escaleras hasta el primer piso de a dos por vez y rompiГі una puerta lateral y entrГі en la noche suiza. El aire frГo le baГ±Гі como una ducha limpiadora, y se tomГі un momento para respirar libremente.
Sus piernas temblaron y amenazaron con ceder de nuevo. La adrenalina de su fuga estaba desapareciendo rГЎpidamente y sus mГєsculos aГєn estaban bastante dГ©biles. TirГі del llavero de Francis del bolsillo de la bata y apretГі el botГіn rojo. La alarma de un todoterreno chirriaba, los faros parpadeaban. RГЎpidamente lo apagГі y se apresurГі hacia Г©l.
Ellos estarГan buscando este auto, Г©l lo sabГa, pero no estarГa en Г©l por mucho tiempo. Pronto tendrГa que deshacerse de Г©l, buscar ropa nueva y dirigirse a Hauptpost por la maГ±ana, donde tenГa todo lo que necesitaba para escapar de Suiza bajo una identidad falsa.
Y tan pronto como pudiera, encontrarГa y matarГa a Kent Steele.
CAPГЌTULO CUATRO
Reid apenas estaba saliendo de la entrada para encontrarse con Maria cuando llamГі a Thompson para pedirle que vigilara la casa de los Lawson. “DecidГ darles a las niГ±as un poco de independencia esta noche”, explicГі. “No me irГ© por mucho tiempo. Pero, aun asГ, mantГ©n un ojo atento y una oreja en el suelo…”
“Claro”, estuvo de acuerdo el viejo.
“Y, uh, si hay algГєn motivo de alarma, por supuesto, dirГjase hasta acá”.
“Lo haré, Reid”.
“Sabes, si no puedes verlas o algo, puedes llamar a la puerta o llamar al teléfono de la casa…”
Thompson se rio. “No te preocupes, lo tengo. Y ellas también. Son adolescentes. Necesitan algo de espacio de vez en cuando. Disfrute de su cita”.
Con la mirada atenta de Thompson y la determinaciГіn de Maya de demostrar su responsabilidad, Reid pensГі que podГa descansar tranquilo sabiendo que las niГ±as estarГan a salvo. EstarГa pensando en ello toda la noche.
Tuvo que usar el mapa GPS de su telГ©fono para encontrar el lugar. TodavГa no estaba familiarizado con AlejandrГa ni con la zona, aunque Maria si lo estaba, gracias a su proximidad a Langley y a las oficinas centrales de la CIA. Aun asГ, ella habГa elegido un lugar en el que nunca antes habГa estado, probablemente como una forma de nivelar el campo de juego, por asГ decirlo.
En el camino, se perdiГі dos vueltas a pesar de que la voz del GPS le decГa hacia dГіnde ir y cuГЎndo. Estaba pensando en el extraГ±o flashback que habГa tenido dos veces – cuando Maya le preguntГі si Kate sabГa de Г©l, y otra vez cuando oliГі la colonia que su difunta esposa habГa amado. Estaba carcomiГ©ndole la parte de atrГЎs de su mente, hasta el punto de que incluso cuando trataba de prestar atenciГіn a las direcciones, rГЎpidamente se distraГa de nuevo.
La razГіn por la que era tan extraГ±o era que todos los recuerdos de Kate eran tan vГvidos en su mente. A diferencia de Kent Steele, ella nunca lo habГa dejado; Г©l recordaba haberla conocido. Recordaba haber salido con ella. Recordaba las vacaciones y la compra de su primera casa. Recordaba su boda y los nacimientos de sus hijas. Incluso recordaba sus discusiones – al menos eso creГa.
La idea misma de perder cualquier parte de Kate lo sacudiГі. El supresor de memoria ya habГa demostrado tener algunos efectos secundarios, como el ocasional dolor de cabeza despreciado por una memoria obstinada – era un procedimiento experimental y el mГ©todo de eliminaciГіn estaba lejos de ser quirГєrgico.
ВїY si me hubieran quitado algo mГЎs que mi pasado como Agente Cero?
No le gustГі la idea en absoluto. Era una pendiente resbaladiza; al poco tiempo estaba considerando la posibilidad de haber perdido tambiГ©n la memoria de los tiempos con sus hijas. E incluso peor era que no habГa manera de que Г©l supiera la respuesta a eso sin restaurar su memoria completamente.
Todo era demasiado, y sintiГі un nuevo dolor de cabeza. ConectГі la radio y la encendiГі en un intento de distraerse.
El sol se estaba poniendo cuando entrГі en el estacionamiento del restaurante, un pub gastronГіmico llamado The Cellar Door. Estaba llegando tarde por unos minutos. RГЎpidamente se bajГі del auto y trotГі hacia el frente del edificio.
Luego detuvo sus pasos.
Maria Johansson era parte de la tercera generaciГіn de sueco-estadounidense y su cubierta de la CIA era la de un contador pГєblico certificado de Baltimore – aunque Reid pensaba que deberГa haber sido una modelo de portada o tal vez de un pГіster central. Ella estaba a una pulgada o dos de su altura de un metro ochenta, con su largo y liso cabello rubio que caГa en cascada alrededor de sus hombros sin esfuerzo. Sus ojos eran gris pizarra, pero de alguna manera intensos. Ella estaba afuera en un clima de doce grados con un simple vestido azul marino con un cuello en V y un chal blanco sobre sus hombros.
Ella lo vio cuando él se acercó y una sonrisa creció en sus labios. “Hola. Cuánto tiempo sin verte”.
“Yo… guau”, dijo. “Quiero decir, uh… te ves genial”. Se le ocurriГі que nunca antes habГa visto a Maria maquillada. La sombra de ojos azul hacГa juego con su vestido y hacГa que sus ojos parecieran casi luminiscentes.
“TГє tampoco estГЎs mal”. Ella asintiГі aprobando la elecciГіn de su ropa. “¿DeberГamos entrar?”
Gracias, Maya, pensГі. “SГ. Por supuesto”. Г‰l agarrГі la puerta y la abriГі. “Pero antes de hacerlo, tengo una pregunta. ВїQuГ© demonios es un вЂ?pub gastronГіmico’?”
Maria se rio. “Creo que es lo que solГamos llamar un bar de mala muerte, pero con comida mГЎs elegante”.
“Entendido”.
El interior era acogedor, si no un poco pequeГ±o, con paredes interiores de ladrillo y vigas de madera expuestas en el techo. La iluminaciГіn era la de las bombillas de Edison, que proporcionaban un ambiente cГЎlido y tenue.
ВїPor quГ© estoy nervioso? PensГі mientras se sentaban. ConocГa a esta mujer. Juntos impidieron que una organizaciГіn terrorista internacional asesinara a cientos, si no a miles, de personas. Pero esto era diferente; no era una operaciГіn o una misiГіn. Esto era placer y, de alguna manera, eso marcaba la diferencia.
ConГіcela, le habГa dicho Maya. SГ© interesante.
“¿Cómo va el trabajo?”, terminó preguntando. Gimió internamente ante su intento a medias.
Maria sonriГі con la mitad de su boca. “DeberГas saber que no puedo hablar de eso”.
“Cierto”, dijo. “Por supuesto”. Maria era una agente de campo activa de la CIA. Incluso si Г©l tambiГ©n estaba activo, ella no podrГa compartir los detalles de una operaciГіn a menos que Г©l estuviera en ella.
“¿Y tú?”, preguntó ella. “¿Cómo va el nuevo trabajo?”
“No está mal”, admitió. “Soy adjunto, asà que es a tiempo parcial por ahora, unas cuantas clases a la semana. Algo de calificación y todo eso. Pero no terriblemente interesante”.
“¿Y las chicas? ¿Cómo la están pasando?”
“Eh… se las estГЎn arreglando”, dijo Reid. “Sara no habla de lo que pasГі. Y Maya en realidad estaba…” Se detuvo antes de decir demasiado. Confiaba en Maria, pero al mismo tiempo no querГa admitir que Maya habГa adivinado, con mucha precisiГіn, en quГ© estaba involucrado Reid. Sus mejillas se volvieron rosadas cuando dijo: “Ella se estaba burlando de mГ. Sobre que esto es una cita”.
“¿No es as�” preguntó Maria a quemarropa.
Reid sintiГі que su cara se ruborizaba de nuevo. “SГ. Supongo que sГ”.
Ella volviГі a sonreГr. ParecГa que estaba disfrutando de su torpeza. En el campo, como Kent Steele, habГa demostrado que podГa confiar, ser capaz y discreto. Pero aquГ, en el mundo real, era tan raro como cualquiera podrГa ser despuГ©s de casi dos aГ±os de celibato.
“¿Y tú?”, preguntó ella. “¿Cómo lo llevas?”
“Estoy bien”, dijo. “Bien”. Tan pronto como lo dijo, se arrepintiГі. ВїNo habГa aprendido de su hija que la honestidad era la mejor polГtica? “Eso es mentira”, dijo inmediatamente. “Supongo que no me ha ido tan bien. Me mantengo ocupado con todas estas tareas innecesarias e invento excusas, porque si me detengo lo suficiente para estar a solas con mis pensamientos, recuerdo sus nombres. Veo sus caras, Maria. Y no puedo evitar pensar que no hice lo suficiente para detenerlo”.
Ella sabГa exactamente a quГ© se referГa – a las nueve personas que murieron en la Гєnica y exitosa explosiГіn que AmГіn detonГі en Davos. Maria se acercГі a la mesa y le cogiГі la mano. Su toque le provocГі un hormigueo elГ©ctrico en el brazo e incluso pareciГі calmar sus nervios. Sus dedos eran cГЎlidos y suaves con relaciГіn a los de Г©l.
“Esa es la realidad a la que nos enfrentamos”, dijo ella. “No podemos salvar a todos. SГ© que no tienes todos tus recuerdos como Cero, pero si los tuvieras, lo sabrГas”.
“Tal vez no quiero saber eso”, dijo en voz baja.
“Lo entiendo. TodavГa lo intentamos. Pero pensar que puedes mantener el mundo a salvo del daГ±o te volverГЎ loco. Se llevaron nueve vidas, Kent. SucediГі y no hay forma de volver atrГЎs. Pero podrГan haber sido cientos. PodrГan haber sido miles. AsГ es como hay que verlo”.
“¿Y si no puedo?”
“Entonces… ¿encuentra un buen pasatiempo, tal vez? Yo hago tejidos”.
No pudo evitar reГrse. “¿Haces tejidos?” No podГa imaginar a Maria tejiendo. ВїUsando agujas de tejer como arma para paralizar a un insurgente? Por supuesto que sГ. ВїPero tejer de verdad?
Se sostuvo la barbilla en alto. “SГ, hago tejidos. No te rГas. Acabo de hacer una manta que es mГЎs suave que cualquier cosa que hayas sentido en toda tu vida. Mi punto es, encontrar un pasatiempo. Necesitas algo para mantener las manos y la mente ocupadas. ВїQuГ© hay de tu memoria? ВїAlguna mejora allГ?”
Г‰l suspirГі. “En realidad no. Supongo que no he tenido mucho que hacer. TodavГa estoy un poco desorientado”. DejГі el menГє a un lado y retorciГі las manos en la mesa. “Aunque, ya que lo mencionas… tuve algo extraГ±o justo hoy temprano. Un fragmento de algo regresГі. Era sobre Kate”.
“¿Oh?” Maria se mordió el labio inferior.
“SГ”. Se quedГі callado durante un largo momento. “Las cosas entre Kate y yo… antes de morir. Estaban bien, Вїverdad?”
Maria lo mirГі fijamente, sus ojos gris pizarra clavados en los suyos. “SГ. Hasta donde yo sГ©, las cosas siempre fueron muy bien entre ustedes dos. Ella te querГa de verdad, y tГє a ella”.
Le resultaba difГcil mantener su mirada. “SГ. Por supuesto”. Se burlГі de sГ mismo. “Dios, escГєchame. En realidad, estoy hablando de mi difunta esposa en una cita. Por favor, no se lo digas a mi hija”.
“Oye”. Los dedos de ella encontraron los suyos de nuevo en la mesa. “Está bien, Kent. Lo entiendo. Eres nuevo en esto y se siente extraño. No soy exactamente una experta aquà tampoco, asà que… lo resolveremos juntos”.
Sus dedos permanecГan en los de Г©l. Se sintiГі bien. No, fue mГЎs que eso – se sintiГі correcto. Se rio nerviosamente, pero su sonrisa se desvaneciГі hasta quedar perplejo cuando una extraГ±a idea le golpeГі; esa Maria aГєn le llamaba Kent.
“¿Qué pasa?” preguntó ella.
“Nada. Estaba pensando… Ni siquiera sé si Maria Johansson es tu verdadero nombre”.
Maria se encogiГі de hombros tГmidamente. “PodrГa ser”.
“Eso no es justo”, protestГі. “TГє conoces el mГo”.
“No estoy diciendo que no sea mi verdadero nombre”. Ella estaba disfrutando esto, jugando con él. “Siempre puedes llamarme Agente Maravilla, si lo prefieres”.
Se rio. Maravilla era su nombre en clave, para su Cero. Para Г©l era casi una tonterГa usar nombres en clave cuando se conocГan personalmente – pero, de nuevo, el nombre Cero parecГa infundir miedo a muchos de los que se habГa encontrado.
“¿CuГЎl era el nombre en clave de Reidigger?” preguntГі Reid en voz baja. Casi le dolГa preguntar. Alan Reidigger habГa sido el mejor amigo de Kent Steele – no, pensГі Reid, era mi mejor amigo – un hombre de lealtad aparentemente inquebrantable. El Гєnico problema era que Reid apenas recordaba nada de Г©l. Todos los recuerdos de Reidigger se habГan ido con el implante de memoria, el cual Alan habГa ayudado a coordinar.
“¿No te acuerdas?” Maria sonriГі gratamente al pensarlo. “Alan te dio el nombre de Cero, ВїsabГas eso? Y tГє le diste el suyo. Dios, no habГa pensado en esa noche en aГ±os. EstГЎbamos en Abu Dabi, creo, saliendo de una operaciГіn, borrachos en el bar de un hotel de lujo. Te llamГі “Zona Cero” – como el punto de detonaciГіn de una bomba, porque tendГas a dejar un desorden detrГЎs de ti. Eso se acortГі a Cero, y asГ quedГі. Y tГє lo llamaste…”
SonГі un telГ©fono, interrumpiendo su historia. Reid mirГі instintivamente su propio celular, acostado sobre la mesa, esperando ver el nГєmero de la casa o el nГєmero de Maya en la pantalla.
“RelГЎjate”, dijo ella, “soy yo. Lo ignoraré…” MirГі su telГ©fono y su frente se entretejiГі perpleja. “En realidad, es trabajo. SГіlo un segundo”. Ella respondiГі. “¿SГ? Mm-hmm”. Su mirada sombrГa se elevГі y se encontrГі con la de Reid. La sostuvo mientras su ceГ±o se hacГa mГЎs profundo. Lo que sea que se dijera en el otro extremo de la lГnea claramente no era una buena noticia. “Entiendo. EstГЎ bien. Gracias”. Ella colgГі.
“Pareces preocupada”, señaló. “Lo sé, lo sé, no puedes hablar de cosas del trabajo…”
“Él escapó”, murmuró ella. “El asesino de Sion, ¿el que está en el hospital? Kent, escapó, hace menos de una hora”.
“¿Rais?” dijo Reid con asombro. Inmediatamente le saliГі sudor frГo de la frente. “¿CГіmo?”
“No tengo detalles”, dijo apresuradamente mientras volvГa a meter su telГ©fono celular en su cartera. “Lo siento mucho, Kent, pero tengo que irme”.
“SГ”, murmurГі. “Entiendo”. La verdad es que se sentГa a cientos de kilГіmetros de su acogedora mesa en el pequeГ±o restaurante. El asesino que Reid habГa dejado por muerto – no una vez, sino dos veces – seguГa vivo y, ahora, en libertad.
Maria se levantó y, antes de irse, se inclinó y apretó los labios contra los de él. “Volveremos a hacer esto pronto, lo prometo. Pero ahora mismo, el deber me llama”.
“Por supuesto”, dijo. “Ve y encuéntralo. ¿Y Maria? Ten cuidado. Él es peligroso”.
“Yo también”. Ella guiñó el ojo, y luego salió corriendo del restaurante.
Reid se sentГі allГ solo durante un largo momento. Cuando la camarera se acercГі, ni siquiera escuchГі sus palabras; sГіlo hizo un gesto con la mano para indicar que estaba bien. Pero estaba lejos de estar bien. Ni siquiera habГa sentido el nostГЎlgico hormigueo elГ©ctrico cuando Maria lo besГі. Todo lo que podГa sentir era un nudo de pavor formГЎndose en su estГіmago.
El hombre que creГa que era su destino matar a Kent Steele habГa escapado.
CAPГЌTULO CINCO
Adrian Cheval aГєn estaba despierto a pesar de lo tarde que era. Se sentГі sobre un taburete en la cocina, con los ojos borrosos y sin parpadear en la pantalla de la computadora portГЎtil frente a Г©l, con los dedos escribiendo frenГ©ticamente.
Se detuvo lo suficiente para escuchar a Claudette bajando suavemente las escaleras alfombradas desde el desvГЎn en sus pies descalzos. Su piso en Marsella era pequeГ±o pero acogedor, una unidad final en una calle tranquila a cinco minutos a pie del mar.
Un momento después, su cuerpo delgado y su pelo ardiente aparecieron en su periferia. Ella puso sus manos sobre sus hombros, deslizándolas hacia arriba y alrededor, bajando por su pecho, su cabeza descansando sobre la parte superior de su espalda. “Mon chéri”, ronroneó. “Mi amor. No puedo dormir”.
“Ni yo tampoco”, respondió en voz baja en francés. “Hay mucho que hacer”.
Ella le mordió suavemente en el lóbulo de la oreja. “Dime”.
Adrian seГ±alГі su pantalla, en la que se veГa la estructura cГclica de ARN de doble cadena de la variola major – el virus conocido por la mayorГa como viruela. “Esta cepa de Siberia es… es increГble. Nunca habГa visto nada parecido. SegГєn mis cГЎlculos, su virulencia serГa asombrosa. Estoy convencido de que lo Гєnico que pudo haber impedido erradicar a la humanidad primitiva hace miles de aГ±os fue el perГodo glacial”.
“Un nuevo Diluvio”. Claudette gimiГі un suave suspiro en su oГdo. “¿CuГЎnto falta para que estГ© lista?”
“Debo mutar la cepa, pero manteniendo la estabilidad y la virilidad”, explicГі. “No es una tarea sencilla, sino necesaria. La OMS obtuvo muestras de este mismo virus hace cinco meses; no hay duda de que se estГЎ desarrollando una vacuna, si es que no lo ha sido ya. Nuestra cepa debe ser lo suficientemente Гєnica como para que sus vacunas sean ineficaces”. El proceso se conocГa como mutagГ©nesis letal, manipulando el ARN de las muestras que habГa adquirido en Siberia para aumentar la virulencia y reducir el periodo de incubaciГіn. SegГєn sus cГЎlculos, Adrian sospechaba que la tasa de mortalidad del virus variola major mutado podrГa alcanzar hasta el setenta y ocho por ciento – casi tres veces mayor que la de la viruela natural erradicada por la OrganizaciГіn Mundial de la Salud en 1980.
A su regreso de Siberia, Adrian habГa visitado Estocolmo y habГa utilizado la identificaciГіn del estudiante Renault para acceder a sus instalaciones, donde se asegurГі de que las muestras estuvieran inactivas mientras trabajaba. Pero no podГa permanecer bajo la identidad de otra persona, asГ que robГі el equipo necesario y regresГі a Marsella. InstalГі su laboratorio en el sГіtano sin usar de una sastrerГa a tres cuadras de su piso; el amable y viejo sastre creГa que Adrian era un genetista que investigaba el ADN humano y nada mГЎs, y Adrian mantenГa la puerta cerrada con un candado cuando Г©l no estaba presente.
“El ImГЎn Khalil estarГЎ contento”, dijo Claudette respirando en su oГdo.
“SГ”, estuvo de acuerdo Adrian en voz baja. “EstarГЎ complacido”.
La mayorГa de las mujeres probablemente no estarГan muy interesadas en encontrar a su pareja trabajando con una sustancia tan volГЎtil como una cepa altamente virulenta de viruela – pero Claudette no era la mayorГa de las mujeres. Ella era pequeГ±a, sГіlo un metro sesenta y dos para la figura de Adrian de un metro ochenta y dos. Su pelo era de un rojo ardiente y sus ojos tan verdes como la selva mГЎs densa, lo que sugiere una cierta serenidad.
Se habГan conocido sГіlo el aГ±o anterior, cuando Adrian estaba en su punto mГЎs bajo. Acababa de ser expulsado de la Universidad de Estocolmo por intentar obtener muestras de un enterovirus poco comГєn; el mismo virus que le habГa quitado la vida a su madre unas semanas antes. En ese momento, Adrian estaba decidido a desarrollar una cura – obsesionado, incluso – para que nadie mГЎs sufriera como ella. Pero fue descubierto por la facultad de la universidad y despedido de inmediato.
Claudette lo encontrГі en un callejГіn, tirado en un charco de su propia desolaciГіn y vГіmito, medio inconsciente por la bebida. Ella lo llevГі a casa, lo limpiГі y le dio agua. A la maГ±ana siguiente, Adrian se despertГі y encontrГі a una hermosa mujer sentada junto a su cama, sonriГ©ndole mientras le decГa: “SГ© exactamente lo que necesitas”.
Se girГі sobre el taburete de la cocina para mirarla a la cara y corriГі con sus manos hacia arriba y hacia abajo por la espalda de ella. Incluso sentado era casi de su altura. “Es interesante que menciones el Diluvio”, seГ±alГі. “Sabes, hay estudiosos que dicen que, si el Gran Diluvio realmente hubiera ocurrido, habrГa sido aproximadamente hace siete u ocho mil aГ±os… casi la misma Г©poca que esta cepa. Tal vez el Diluvio fue una metГЎfora, y fue este virus el que limpiГі al mundo de sus males”.
Claudette se rio de él. “Tus constantes esfuerzos por mezclar la ciencia y la espiritualidad no se me escapan”. Ella tomó su cara suavemente con las manos y besó su frente. “Pero aún no entiendes que a veces la fe es todo lo que necesitas”.
La fe es todo lo que necesitas. Eso fue lo que ella le habГa recetado el aГ±o anterior, cuando Г©l se despertГі de su estupor de borracho. Ella lo habГa acogido y le habГa permitido quedarse en su piso, el mismo que todavГa ocupaban. Adrian no creГa en el amor a primera vista antes de Claudette, pero llegГі a tener muchas influencias en su forma de pensar. A lo largo de algunos meses, ella le presentГі los preceptos del ImГЎn Khalil, un hombre sagrado IslГЎmico de Siria. Khalil no se consideraba ni Sunita ni Chiita, sino simplemente un devoto de Dios – hasta el punto de permitir que su bastante pequeГ±a secta de seguidores lo llamara por el nombre que eligieran, pues Khalil creГa que la relaciГіn de cada individuo con su creador era estrictamente personal. Para Khalil, el nombre de ese dios era AlГЎ.
“Quiero que vengas a la cama”, le dijo Claudette, acariciando su mejilla con el dorso de su mano. “Necesitas descansar. Pero primero… ¿tienes la muestra preparada?”
“La muestra”. Adrian asintiГі. “SГ. La tengo”.
SГіlo habГa una pequeГ±a ampolla del virus activo, apenas mГЎs grande que una miniatura, sellada hermГ©ticamente en vidrio y anidada entre dos cubos de poliestireno, que estaban dentro de un contenedor de acero inoxidable para riesgos biolГіgicos. La caja en sГ misma estaba sentada, de manera bastante conspicua, en la encimera de su cocina.
“Bien”, ronroneó Claudette. “Porque estamos esperando visitas”.
“¿Esta noche?” Las manos de Adrian se le cayeron de la parte baja de la espalda. No esperaba que ocurriera tan pronto. “¿A esta hora?” Eran casi las dos de la mañana.
“En cualquier momento”, dijo. “Hicimos una promesa, mi amor, y debemos cumplirla”.
“SГ”, murmurГі Adrian. TenГa razГіn, como siempre. Las promesas no deben romperse. “Por supuesto”.
Un brusco y fuerte golpeteo en la puerta de su piso los asustГі a ambos.
Claudette se acercГі rГЎpidamente a la puerta, dejando el cierre de cadena puesto y abriГ©ndolo sГіlo dos pulgadas. Adrian la siguiГі, mirando por encima de su hombro para ver a los dos hombres del otro lado. Ninguno de los dos parecГa amistoso. No sabГa sus nombres, y habГa llegado a pensar en ellos sГіlo como “los ГЎrabes” – aunque, por lo que sabГa, podrГan haber sido kurdos o incluso turcos.
Uno de ellos hablГі rГЎpidamente con Claudette en ГЎrabe. Adrian no entendГa; su ГЎrabe era rudimentario en el mejor de los casos, limitado a un puГ±ado de frases que Claudette le habГa enseГ±ado, pero ella asintiГі una vez, deslizГі la cadena hacia un lado, y les concediГі la entrada.
Ambos eran bastante jГіvenes, de unos treinta y tantos aГ±os de edad, y llevaban barbas negras y cortas sobre sus mejillas teГ±idas de moca. Llevaban ropa europea, jeans y camisetas y chaquetas ligeras contra el aire frГo de la noche; Г©l ImГЎn Khalil no requerГa ningГєn atuendo religioso ni coberturas de sus seguidores. De hecho, desde que fueron desplazados de Siria, prefiriГі que su gente se mezclara siempre que fuera posible – por razones que eran obvias para Adrian, teniendo en cuenta lo que los dos hombres que estaban allГ iban a conseguir.
“Cheval”. Uno de los hombres sirios asintió hacia Adrian, casi reverentemente. “¿Adelante? Dinos”. Habló en un francés extremadamente quebrado.
“¿Adelante?” repitió Adrian, confundido.
“Quiere decir que pregunta por tu progreso”, dijo Claudette gentilmente.
Adrian sonrió con suficiencia. “Su francés es terrible”.
“Tu árabe también lo es”, respondió Claudette.
Buen punto, pensó Adrian. “Dile que el proceso lleva tiempo. Es meticuloso y requiere paciencia. Pero el trabajo va bien”.
Claudette retransmitiГі el mensaje en ГЎrabe, y los dos ГЎrabes asintieron con la cabeza.
“¿Un pequeГ±o fragmento?”, preguntГі el segundo hombre. ParecГa que querГan practicar su francГ©s con Г©l.
“Han venido por la muestra”, le dijo Claudette a Adrian, aunque Г©l lo habГa captado del contexto. “¿La buscarГЎs?” Para Г©l estaba claro que Claudette no tenГa ningГєn interГ©s en tocar el contenedor de riesgo biolГіgico, sellado o no.
Adrian asintió, pero no se movió. “Pregúntales por qué Khalil no vino él mismo”.
Claudette se mordió el labio y lo tocó suavemente en el brazo. “Querido”, dijo en voz baja, “Estoy seguro de que está ocupado en otra parte…”
“¿QuГ© podrГa ser mГЎs importante que esto?” Adrian insistiГі. HabГa esperado que el ImГЎn apareciera.
Claudette hizo la pregunta en ГЎrabe. La pareja de sirios frunciГі el ceГ±o y se miraron entre sГ antes de responder.
“Me dicen que estГЎ visitando al paciente esta noche”, le dijo Claudette a Adrian en francГ©s, “orando por su liberaciГіn de este mundo fГsico”.
La mente de Adrian resplandecГa en el recuerdo de su madre, sГіlo unos dГas antes de su muerte, tendida en la cama con los ojos abiertos, pero sin darse cuenta. Apenas estaba consciente de la medicaciГіn; sin ella habrГa estado en constante tormento, pero con ella estaba prГЎcticamente en coma. En las semanas previas a su partida, no tenГa idea del mundo que la rodeaba. HabГa rezado a menudo por su recuperaciГіn, allГ al lado de su cama, aunque a medida que ella se acercaba al final sus oraciones cambiaron y se encontrГі deseГЎndole una muerte rГЎpida e indolora.
“¿Qué hará con ella?” preguntó Adrian. “La muestra”.
“Él se asegurará de que tu mutación funcione”, dijo Claudette simplemente. “Ya lo sabes”.
“SГ, pero…” Adrian se detuvo. SabГa que no le correspondГa cuestionar la intenciГіn del ImГЎn, pero de repente tuvo un poderoso deseo de saberlo. “¿La probarГЎ en privado? ВїA algГєn lugar remoto? Es importante no mostrar nuestra mano demasiado pronto. El resto del lote no estГЎ listo…”
Claudette le dijo algo rГЎpidamente a los dos sirios, y luego tomГі a Adrian de la mano y lo llevГі a la cocina. “Mi amor”, dijo en voz baja, “estГЎs teniendo dudas. DГmelo”.
Adrian suspirГі. “SГ”, admitiГі. “Esta es una muestra muy pequeГ±a, no tan estable como serГЎn las otras. ВїY si no funciona?”
“Lo hará”. Claudette lo rodeГі con sus brazos. “ConfГo plenamente en ti, al igual que el ImГЎn Khalil. Se te ha dado esta oportunidad. EstГЎs bendecido, Adrian”.
EstГЎs bendecido. Esas eran las mismas palabras que Khalil habГa usado cuando se conocieron. Tres meses antes, Claudette habГa llevado a Adrian de viaje a Grecia. Khalil, como muchos sirios era un refugiado – pero no un refugiado polГtico, ni un subproducto de la naciГіn devastada por la guerra. Era un refugiado religioso, perseguido tanto por los Sunitas como por los Chiitas por sus nociones idealistas. La espiritualidad de Khalil era una amalgama de los principios IslГЎmicos y algunas de las influencias filosГіficas esotГ©ricas del Druso, tales como la veracidad y la transmigraciГіn del alma.
Adrian habГa conocido al hombre sagrado en un hotel de Atenas. El ImГЎn Khalil era un hombre gentil con una sonrisa agradable, que llevaba un traje marrГіn con su pelo y barba oscuros peinados y limpios. El joven francГ©s se sorprendiГі levemente cuando, al encontrarse por primera vez, el ImГЎn le pidiГі a Adrian que rezara con Г©l. Juntos se sentaron en una alfombra, frente a La Meca, y oraron en silencio. HabГa una calma que colgaba en el aire alrededor del ImГЎn como un aura, una placidez que Adrian no habГa experimentado desde que era un niГ±o en los brazos de su entonces sana madre.
DespuГ©s de la oraciГіn, los dos hombres fumaron de un narguile de vidrio y bebieron tГ© mientras Khalil hablaba de su ideologГa. Hablaron de la importancia de ser fieles a uno mismo; Khalil creГa que la Гєnica manera de que la humanidad absuelva sus pecados era la verdad absoluta, que permitirГa que el alma reencarnara como un ser puro. Le hizo muchas preguntas a Adrian, sobre la ciencia y la espiritualidad por igual. PreguntГі por la madre de Adrian, y le prometiГі que en algГєn lugar de esta tierra ella habГa nacido de nuevo, pura, hermosa y saludable. Al joven francГ©s le dio un gran consuelo.
Khalil hablГі entonces del ImГЎn Mahdi, el Redentor y el Гєltimo de los Imanes, los hombres santos. Mahdi serГa el que llevarГa a cabo el DГa del Juicio y librarГa al mundo del mal. Khalil creГa que esto ocurrirГa muy pronto, y que despuГ©s de la redenciГіn del Mahdi vendrГa la utopГa; cada ser en el universo serГa impecable, genuino e inmaculado.
Durante varias horas los dos hombres se sentaron juntos, hasta bien entrada la noche, y cuando la cabeza de Adrian estaba tan nublada como el aire espeso y humeante que se arremolinaba alrededor de ellos, finalmente hizo la pregunta que habГa estado en su mente.
“¿Eres tú, Khalil?” le preguntó al hombre santo. “¿Eres tú el Mahdi?”
El ImГЎn Kahlil habГa sonreГdo mucho ante eso. TomГі la mano de Adrian en la suya y dijo suavemente: “No, hijo mГo. TГє lo eres. EstГЎs bendecido. Puedo verlo tan claramente como veo tu cara”.
Estoy bendecido. En la cocina de su piso de Marsella, Adrian apretГі sus labios contra la frente de Claudette. Ella tenГa razГіn; le habГan hecho una promesa a Khalil y debГa cumplirse. RecuperГі la caja de acero para riesgos biolГіgicos de la encimera y se la llevГі a los ГЎrabes que la esperaban. DesabrochГі la tapa y levantГі la mitad superior del cubo de poliestireno para mostrarles el pequeГ±o frasco de vidrio hermГ©ticamente sellado que habГa dentro.
No parecГa haber nada en el frasco, lo cual era parte de su naturaleza – ya que era una de las sustancias mГЎs peligrosas del mundo.
“Querida”, dijo Adrian al reemplazar el material esponjoso y volver a cerrar la tapa con firmeza. “Necesito que les digas, en tГ©rminos inequГvocos, que bajo ninguna circunstancia deben tocar este frasco. Debe manejarse con sumo cuidado”.
Claudette retransmitiГі el mensaje en ГЎrabe. De repente, el hombre sirio que sostenГa la caja parecГa mucho menos cГіmodo que hace un momento. El otro hombre asintiГі con la cabeza agradeciendo a Adrian y murmurГі una frase en ГЎrabe, una que Adrian entendiГі: “AlГЎ estГЎ contigo, que la paz sea contigo”, y sin otra palabra, los dos hombres abandonaron el piso.
Una vez que se fueron, Claudette retorciГі el cerrojo y se puso la cadena de nuevo, y luego se volviГі hacia su amante con una expresiГіn de ensoГ±aciГіn y satisfacciГіn en sus labios.
Adrian, sin embargo, estaba arraigado en el lugar, con la cara pГЎlida.
“¿Mi amor?”, dijo ella con cautela.
“¿QuГ© acabo de hacer?” murmurГі Г©l. Ya sabГa la respuesta; habГa puesto un virus mortal en manos no del ImГЎn Khalil, sino de dos desconocidos. “¿QuГ© pasarГa si no lo entregan? Y si se les cae, o se abre, o…”
“Mi amor”. Claudette deslizó sus brazos alrededor de su cintura y presionó su cabeza contra su pecho. “Son seguidores del Imán. Serán cautelosos y lo llevarán a donde debe estar. Ten fe. Has dado el primer paso para cambiar el mundo para mejor. Tú eres el Mahdi. No olvides eso”.
“SГ”, dijo en voz baja. “Por supuesto. Tienes razГіn, como siempre. Y debo terminar”. Si su mutaciГіn no funcionaba como debГa, o si no producГa el lote completo, no tenГa ninguna duda de que serГa un fracaso no sГіlo a los ojos de Khalil, sino tambiГ©n a los de Claudette”. Sin ella se desmoronarГa. Г‰l la necesitaba como necesitaba aire, comida o luz solar.
Aun asГ, no pudo evitar preguntarse quГ© harГan con la muestra – si el ImГЎn Khalil la probarГa en privado, en un lugar remoto, o si se harГa pГєblica.
Pero se enterarГa muy pronto.
CAPГЌTULO SEIS
“Papá, no es necesario que me acompañes hasta la puerta cada vez”, se quejó Maya mientras cruzaban Dahlgren Quad hacia Healy Hall, en el campus de Georgetown.
“Sé que no tengo que hacerlo”, dijo Reid. “Quiero hacerlo. ¿Qué, te avergüenza que te vean con tu padre?”
“No es eso”, murmurГі Maya. El viaje habГa sido tranquilo, Maya mirando pensativa por la ventana mientras Reid intentaba pensar en algo de lo que hablar, pero se quedГі corto.
Maya se acercaba al final de su penГєltimo aГ±o de secundaria, pero ya habГa hecho la prueba de sus clases AP y empezaba a tomar algunos cursos a la semana en el campus de Georgetown. Fue un buen salto hacia el crГ©dito universitario y se veГa muy bien en una solicitud – especialmente porque Georgetown era su mejor opciГіn actual. Reid habГa insistido no sГіlo en llevar a Maya a la universidad, sino tambiГ©n en llevarla a su clase.
La noche anterior, cuando Maria se habГa visto obligada a interrumpir repentinamente su cita, Reid se habГa apresurado a volver a casa con sus hijas. Estaba extremadamente perturbado por la noticia de la fuga de Rais – sus dedos habГan temblado contra el volante de su coche – pero se obligГі a permanecer calmado e intentГі pensar con lГіgica. La CIA ya estaba en la persecuciГіn y probablemente tambiГ©n la Interpol. ConocГa el protocolo; se vigilarГan todos los aeropuertos y se establecerГan controles de carretera en las principales calles de Sion. Y Rais ya no tenГa aliados a los que recurrir.
AdemГЎs, el asesino habГa escapado a Suiza, a mГЎs de seis mil kilГіmetros de distancia. Medio continente y un ocГ©ano entero se extendГan entre Г©l y Kent Steele.
Aun asГ, sabГa que se sentirГa mucho mejor cuando recibiera la noticia de que Rais habГa sido detenido de nuevo. TenГa confianza en la capacidad de Maria, pero deseaba haber tenido la previsiГіn de pedirle que lo mantuviera informado lo mejor que pudiera.
Maya y él llegaron a la entrada de Healy Hall y Reid se quedó. “De acuerdo, ¿supongo que te veré después de clase?”.
Ella le miró sospechosamente. “¿No vas a acompañarme?”
“Hoy no”. TenГa la sensaciГіn de que sabГa por quГ© Maya estaba tan callada esa maГ±ana. La noche anterior le habГa dado una pizca de independencia, pero hoy habГa vuelto a su forma habitual. Tuvo que recordarse a sГ mismo que ella ya no era una niГ±a pequeГ±a. “Escucha, sГ© que te he estado agobiando un poco Гєltimamente…”
“¿Un poco?” se burló Maya.
“…Y lo siento por eso. Eres una joven capaz, ingeniosa e inteligente. Y tú sólo quieres algo de independencia. Reconozco eso. Mi naturaleza sobreprotectora es mi problema, no el tuyo. No es nada que hayas hecho”.
Maya trató de ocultar la sonrisa en su cara. “¿Acabas de usar la frase �no eres tú, soy yo’?”
AsintiГі con la cabeza. “Lo hice, porque es verdad. No serГa capaz de perdonarme si algo te pasara y yo no estuviera allГ”.
“Pero no siempre vas a estar allГ”, dijo ella, “por mucho que te esfuerces por estarlo”. Y necesito ser capaz de ocuparme de los problemas por mГ misma”.
“Tienes razón. Haré mi mejor esfuerzo por alejarme un poco”.
Ella arqueó una ceja. “¿Lo prometes?”
“Lo prometo”.
“EstГЎ bien”. Se estirГі de puntillas y besГі su mejilla. “Nos vemos despuГ©s de clases”. Se dirigiГі hacia la puerta, pero luego tuvo otra idea. “Sabes, tal vez deberГa aprender a disparar, por si acaso…”
Apuntó con un dedo hacia ella. “No te pases”.
Ella sonriГі y desapareciГі en el pasillo. Reid estuvo fuera un par de minutos. Dios, sus hijas crecГan demasiado rГЎpido. En dos cortos aГ±os Maya serГa un adulto legal. Pronto habrГa autos y matrГcula universitaria, y… y tarde o temprano habrГa chicos. Afortunadamente, eso no habГa sucedido todavГa.
Se distrajo admirando la arquitectura del campus mientras se dirigГa hacia Copley Hall. No estaba seguro de que se cansarГa de pasear por la universidad, disfrutando de las estructuras de los siglos XVIII y XIX, muchas de ellas construidas en estilo RomГЎnico Flamenco que florecieron en la Edad Media Europea. Ciertamente ayudГі el hecho de que a mediados de marzo en Virginia fuera un punto de inflexiГіn para la temporada, ya que el clima se acercaba y se elevaba hasta los diez grados e incluso hasta los quince en dГas mГЎs agradables.
Su papel como adjunto era tГpicamente tomar clases mГЎs pequeГ±as, de veinticinco a treinta estudiantes a la vez y principalmente carreras de historia. Se especializГі en lecciones de guerra, y a menudo sustituyГі al Profesor Hildebrandt, quien era titular y viajaba con frecuencia por un libro que estaba escribiendo.
O tal vez estГЎ en secreto en la CIA, musitГі Reid.
“Buenos dГas”, dijo en voz alta al entrar al salГіn de clases. La mayorГa de sus estudiantes ya estaban allГ cuando llegГі, asГ que se apresurГі a ir al frente, puso su bolso de mensajero en el escritorio y se encogiГі de hombros al sacarse el abrigo de tweed. “Llego unos minutos tarde, asГ que vamos a entrar en ello”. Se sintiГі bien estar en el aula otra vez. Este era su elemento – o al menos uno de ellos. “Estoy seguro de que alguien aquГ puede decirme: ВїcuГЎl fue el evento mГЎs devastador, por nГєmero de muertos, en la historia de Europa?”.
“La Segunda Guerra Mundial”, dijo alguien inmediatamente.
“Uno de los peores del mundo, sin duda”, respondió Reid, “pero a Rusia le fue mucho peor que a Europa, según los números. ¿Qué más tienen?”
“La conquista mongola”, dijo una chica morena con una cola de caballo.
“Otra buena suposición, pero ustedes están pensando en conflictos armados. Lo que pienso es menos antropogénico, más biológico”.
“La Peste Negra”, murmuró un niño rubio en la primera fila.
“SГ, eso es correcto, ВїseГ±or…?”
“Wright”, contestó el chico.
Reid sonrió. “¿Sr. Wright? Apuesto a que usas eso como una frase para ligar”.
El niГ±o sonriГі tГmidamente y agitГі la cabeza.
“SГ, el Sr. Wright tiene razГіn – la Peste Negra. La pandemia de la peste bubГіnica comenzГі en Asia Central, viajГі por la Ruta de la Seda, fue llevada a Europa por ratas en barcos mercantes, y en el siglo XIV matГі entre setenta y cinco y doscientos millones de personas”. EsperГі un momento para seГ±alar su punto. “Es una gran disparidad, Вїno? ВїCГіmo pueden estar tan extendidos esos nГєmeros?”
La morena de la tercera fila levantГі un poco la mano. “¿Porque no tenГan una oficina del censo hace setecientos aГ±os?”
Reid y algunos otros estudiantes se rieron. “Bueno, claro, estГЎ eso. Pero tambiГ©n se debe a la rapidez con la que se propagГі la plaga. Quiero decir, estamos hablando de que mГЎs de un tercio de la poblaciГіn de Europa se esfumГі en dos aГ±os. Para ponerlo en perspectiva, serГa como tener toda la Costa Este y California aniquiladas”. Se apoyГі en su escritorio y se cruzГі de brazos. “Ahora sГ© lo que estГЎs pensando. вЂ?Profesor Lawson, Вїno es usted el tipo que viene y habla de la guerra?’ SГ, y estoy llegando a eso ahora mismo”.
“Alguien mencionГі la conquista mongola. Genghis Khan tuvo el imperio contiguo mГЎs grande de la historia por un breve tiempo, y sus fuerzas marcharon sobre Europa del Este durante los aГ±os de la plaga en Asia. Khan es acreditado como uno de los primeros en usar lo que ahora clasificamos como guerra biolГіgica; si una ciudad no cedГa ante Г©l, su ejГ©rcito catapultaba cuerpos infectados por la plaga sobre sus murallas y, luego… sГіlo tenГan que esperar un rato”.
El Sr. Wright, el chico rubio de la primera fila, arrugó la nariz con asco. “Eso no puede ser real”.
“Es real, se lo aseguro. El Asedio de Kafa, en lo que hoy es Crimea, 1346. Verás, queremos pensar que algo como la guerra biológica es un concepto nuevo, pero no lo es. Antes de que tuviéramos tanques o drones, misiles o incluso armas en el sentido moderno, nosotros, uh… ellos, uh…”
“¿Por qué tienes esto, Reid?”, pregunta acusadoramente. Sus ojos están más asustados que enojados.
Al mencionar la palabra “armas”, un recuerdo de repente apareciГі en su mente – el mismo de antes, pero mГЎs claro ahora.В En la cocina de su antigua casa en Virginia.В Kate habГa encontrado algo mientras limpiaba el polvo de uno de los conductos del aire acondicionado.
Una pistola en la mesa – una pequeГ±a, una LC9 plateada de nueve milГmetros. Kate le hace un gesto como si fuera un objeto maldito. “¿Por quГ© tienes esto, Reid?”
“Es… sólo por protección”, mientes.
“¿Protección? ¿Sabes siquiera cómo usarla? ¿Y si una de las chicas lo hubiera encontrado?”
“Ellas no…”
“Sabes lo inquisitiva que puede ser Maya. Dios, ni siquiera quiero saber cómo la conseguiste. No quiero esta cosa en nuestra casa. Por favor, deshazte de ella”.
“Por supuesto. Lo siento, Katie”. Katie – el nombre que usas cuando ella se enfada.
Con cuidado sacas el arma de la mesa, como si no estuvieras seguro de cГіmo manejarla.
DespuГ©s de que se vaya a trabajar, tendrГЎs que recuperar las otras once escondidas por toda la casa. Encuentra mejores lugares para ellas.
“¿Profesor? El chico rubio, Wright, miraba a Reid preocupado. “¿Se encuentra bien?”
“Um… sГ”. Reid se enderezГі y aclarГі su garganta. Le dolГan los dedos; habГa agarrado el borde del escritorio con fuerza cuando el recuerdo lo golpeГі. “SГ, lo siento por eso”.
Ahora no habГa duda alguna. Estaba seguro de que habГa perdido al menos un recuerdo de Kate.
“Um… lo siento, chicos, pero de repente no me siento muy bien”, le dijo a la clase. “Me acaba de ocurrir. Dejemos, uh, esto por hoy. Les daré algunas lecturas, y las revisaremos el lunes”.
Sus manos temblaban mientras recitaba los nГєmeros de pГЎgina. El sudor le picaba en la frente mientras los estudiantes salГan. La chica morena de la tercera fila se detuvo junto a su escritorio. “No tiene buen aspecto, Profesor Lawson. ВїNecesitas que llamemos a alguien?”
Se le estaba formando una migraña en la parte delantera del cráneo, pero forzó una sonrisa que esperaba que fuera agradable. “No, gracias. Voy a estar bien. Sólo necesito descansar un poco”.
“De acuerdo. Que se mejore, Profesor”. Ella también dejó el salón de clases.
Tan pronto como estuvo solo, cavГі en el cajГіn del escritorio, encontrГі algunas aspirinas y se las tragГі con agua de una botella en su bolso.
Se sentГі en la silla y esperГі a que su ritmo cardГaco disminuyera. La memoria no sГіlo habГa tenido un impacto mental o emocional en Г©l – sino que tambiГ©n tuvo un efecto fГsico muy real. La idea de perder cualquier parte de Kate de su memoria, cuando ya habГa sido tomada de su vida, era nauseabunda.
DespuГ©s de unos minutos, la sensaciГіn de malestar en sus entraГ±as comenzГі a disminuir, pero no los pensamientos que se arremolinaban en su mente. No podГa poner mГЎs excusas; tenГa que tomar una decisiГіn. TendrГa que determinar lo que iba a hacer. De regreso a casa, en una caja en su oficina, tenГa la carta que le decГa dГіnde podГa ir a buscar ayuda – un doctor suizo llamado Guyer, el neurocirujano que le habГa instalado el supresor de memoria en la cabeza en primer lugar. Si alguien podrГa ayudar a restaurar sus recuerdos, serГa Г©l. Reid habГa pasado el Гєltimo mes vacilando de un lado a otro sobre si debГa o no intentar recuperar su memoria completamente.
Pero partes de su esposa se habГan ido, y Г©l no tenГa forma de saber quГ© mГЎs podrГa haber sido eliminado con el supresor.
Ahora estaba listo.
CAPГЌTULO SIETE
“MГrame”, dijo el ImГЎn Khalil en ГЎrabe. “Por favor”.
TomГі al niГ±o por los hombros, en un gesto paternal, y se arrodillГі un poco, de modo que estaba cara a cara con Г©l. “MГrame”, dijo de nuevo. No era una demanda, sino una peticiГіn amable.
Omar tenГa dificultades para mirar a Khalil a los ojos. En cambio, mirГі su barbilla, la barba negra recortada, afeitada delicadamente en el cuello. MirГі las solapas de su traje marrГіn oscuro, que no era ni mucho menos caro ni mГЎs fino que la ropa que Omar habГa usado jamГЎs. El hombre mayor olГa bien y le hablaba al chico como si fueran iguales, con un respeto que nadie le habГa mostrado antes. Por todas estas razones, Omar no se atrevГa a mirar a Khalil a los ojos.
“Omar, Вїsabes lo que es un mГЎrtir?”, preguntГі. Su voz era clara pero no fuerte. El niГ±o nunca habГa oГdo gritar al ImГЎn.
Omar negó con la cabeza. “No, Imán Khalil”.
“Un mártir es un tipo de héroe. Pero es más que eso; es un héroe que se entrega por completo a una causa. Un mártir es recordado. Un mártir es celebrado. Tú, Omar, tú serás celebrado. Serás recordado. Serás amado para siempre. ¿Sabes por qué?”
Omar asintiГі ligeramente, pero no hablГі. CreГa en las enseГ±anzas del ImГЎn, se habГa aferrado a ellas como un salvavidas, mГЎs aГєn despuГ©s del bombardeo que matГі a su familia. Incluso despuГ©s de haber sido expulsado de su tierra natal, Siria, por los disidentes. Sin embargo, tuvo algunos problemas para creer lo que el ImГЎn Khalil le habГa dicho hace sГіlo unos dГas.
“EstГЎs bendecido”, dijo Khalil. “MГrame, Omar”. Con mucha dificultad, Omar levantГі la mirada para ver los ojos marrones de Khalil, suaves y amigables, pero de alguna manera intensos. “TГє eres el Mahdi, el Гєltimo del ImГЎn. El Redentor que librarГЎ al mundo de sus pecadores. Eres un salvador, Omar. ВїLo entiendes?”
“SГ, ImГЎn”.
“¿Y tú lo crees, Omar?”
El chico no estaba seguro de que lo hiciera. No se sentГa especial, ni importante, ni bendecido por AlГЎ, pero aun asГ respondiГі: “SГ, ImГЎn. Lo creo”.
“Alá me ha hablado”, dijo Khalil en voz baja, “y me ha dicho lo que debemos hacer. ¿Recuerdas lo que se supone que tienes que hacer?”
Omar asintiГі. Su misiГіn era bastante simple, aunque Khalil se habГa asegurado de que el chico no tuviera dudas sobre lo que significarГa para Г©l.
“Bien. Bien”. Khalil sonriГі ampliamente. Sus dientes estaban perfectamente blancos y brillando bajo el sol brillante. “Antes de separarnos, Omar, Вїme harГas el honor de rezar conmigo un momento?”
Khalil extendiГі la mano y Omar la tomГі. Era cГЎlida y suave en la suya. El ImГЎn cerrГі los ojos y sus labios se movieron con palabras silenciosas.
“¿ImГЎn?” dijo Omar casi susurrando. “¿No deberГamos mirar hacia La Meca?”
Otra vez Khalil sonrió ampliamente. “Hoy no, Omar. El único Dios verdadero me concede una petición; hoy miro hacia ti”.
Los dos hombres permanecieron allГ durante un largo momento, rezando en silencio y mirando el uno hacia el otro. Omar sintiГі el cГЎlido sol en su rostro y, durante el minuto de silencio que siguiГі, pensГі que sentГa algo, como si los dedos invisibles de Dios acariciaran su mejilla.
Khalil se arrodillГі un poco mientras estaban a la sombra de un pequeГ±o aviГіn blanco. El aviГіn sГіlo podГa acomodar a cuatro personas y tenГa hГ©lices sobre las alas. Era lo mГЎs cerca que habГa estado Omar de uno de ellos – aparte del viaje de Grecia a EspaГ±a, era la Гєnica vez que Omar habГa estado en un aviГіn.
“Gracias por eso”. Khalil deslizó su mano de la del chico. “Debo irme ahora, y tú también debes irte. Alá está contigo, Omar, que la paz sea con Él, y que la paz sea contigo”. El hombre mayor le sonrió una vez más, y luego se giró y subió por la rampa corta hasta el avión.
Los motores se pusieron en marcha, lloriqueando al principio y luego se elevaron a un rugido. Omar dio varios pasos hacia atrГЎs mientras el aviГіn descendГa por la pequeГ±a pista de aterrizaje. ObservГі cГіmo aceleraba, cada vez mГЎs rГЎpido, hasta que se elevГі en el aire y finalmente despareciГі.
Solo, Omar mirГі hacia arriba, disfrutando del sol en su cara. Era un dГa cГЎlido, mГЎs cГЎlido que la mayorГa en esta Г©poca del aГ±o. Luego comenzГі la caminata de cuatro millas que lo llevarГa a Barcelona. Mientras caminaba, metiГі la mano en su bolsillo, sus dedos suaves pero protectores envolvГan el pequeГ±o frasco de vidrio que habГa en ellos.
Omar no pudo evitar preguntarse por quГ© AlГЎ no habГa acudido a Г©l directamente. En vez de eso, su mensaje habГa sido pasado a travГ©s del ImГЎn. ВїLo habrГa creГdo? Omar pensГі. ВїO lo habrГa pensado como un sueГ±o? El ImГЎn Khalil era santo y sabio, y reconociГі las seГ±ales cuando se presentaron. Omar era un joven, ingenuo, de sГіlo diecisГ©is aГ±os, que sabГa poco del mundo, especialmente del Occidente. Tal vez no era apto para escuchar la voz de Dios.
Khalil le habГa dado un puГ±ado de euros para que se los llevara a Barcelona. “TГіmate tu tiempo”, habГa dicho el hombre mayor. “Disfruta de una buena comida. Te mereces esto”.
Omar no hablaba espaГ±ol, y sГіlo unas pocas frases rudimentarias en inglГ©s. AdemГЎs, no tenГa hambre, asГ que en lugar de comer cuando llegГі a la ciudad, encontrГі un banco que miraba a la ciudad. Se sentГі sobre Г©l, preguntГЎndose por quГ© aquГ, de todos los lugares.
Ten fe, dirГa el ImГЎn Khalil. Omar decidiГі que lo harГa.
A su izquierda estaba el Hotel BarcelГі Raval, un extraГ±o edificio redondo adornado con luces moradas y rojas, con jГіvenes bien vestidos entrando y saliendo por sus puertas. No lo supo por su nombre; sГіlo sabГa que parecГa un faro, atrayendo a los pecadores opulentos como una llama atrae a las polillas. Le dio fuerza para sentarse ante Г©l, reforzando su creencia de que podrГa hacer lo que debГa hacer despuГ©s.
Omar tomГі cuidadosamente el frasco de vidrio de su bolsillo. No parecГa que hubiera nada dentro, o quizГЎs lo que habГa dentro era invisible, como el aire o el gas. No importaba. SabГa bien lo que se suponГa que tenГa que hacer con Г©l. El primer paso estaba completo: entrar en la ciudad. El segundo paso lo realizГі en el banco a la sombra del Raval.
PellizcГі la punta cГіnica de vidrio del frasco entre dos dedos y, con un pequeГ±o pero rГЎpido movimiento, la rompiГі.
Un pequeño trozo de vidrio se incrustó en su dedo. Vio cómo se formaba una gota de sangre, pero resistió el impulso de meterse el dedo en la boca. En cambio, hizo lo que se le dijo que hiciera – puso el frasco en una fosa nasal e inhaló profundamente.
Tan pronto como lo hizo, un nudo de pГЎnico se apoderГі de su intestino. Khalil no le habГa dicho nada especГfico sobre quГ© esperar despuГ©s de eso. Simplemente se le habГa dicho que esperara un rato, asГ que esperГі e hizo todo lo posible por mantener la calma. Vio a mГЎs gente entrar y salir del hotel, cada uno vestido con ropa ostentosa y lujosa. Era muy consciente de su humilde vestimenta; su suГ©ter desgastado, sus mejillas irregulares, su pelo que crecГa demasiado largo, rebelde. Se recordГі a sГ mismo que la vanidad era un pecado.
Omar se sentó y esperó a que algo sucediera, para sentirlo trabajando dentro de él, lo que “sea” que fuera.
No sintiГі nada. No habГa diferencia.
PasГі una hora entera en el banco, y luego por fin se levantГі y caminГі a un ritmo pausado hacia el noroeste, alejГЎndose del hotel cilГndrico de color pГєrpura y adentrГЎndose mГЎs en la ciudad propiamente dicha. BajГі por las escaleras hasta la primera estaciГіn de metro que encontrГі. Ciertamente no sabГa leer espaГ±ol, pero no necesitaba saber adГіnde iba.
ComprГі un billete con los euros que Khalil le habГa dado y se quedГі parado en el andГ©n sin hacer nada hasta que llegГі el tren. Sin embargo, no se sentГa diferente. QuizГЎs habГa juzgado mal la naturaleza de la entrega. Aun asГ, habГa una Гєltima cosa que debГa hacer.
Las puertas se abrieron y entrГі, moviГ©ndose casi codo a codo con la multitud que estaba abordando. El tren del metro estaba bastante ocupado; todos los asientos estaban ocupados, asГ que Omar se puso de pie y se agarrГі a una de las barras metГЎlicas que corrГan paralelas a la longitud del tren, justo encima de su cabeza.
Su instrucciГіn final era la mГЎs simple de todas, aunque tambiГ©n la mГЎs confusa para Г©l. Khalil le habГa dicho que subiera a un tren y que lo “paseara hasta que ya no pudiera mГЎs”. Eso era todo.
En ese momento Omar no estaba seguro de lo que eso significaba. Pero a medida que su cabeza empezГі a picar con el sudor, su temperatura corporal subiГі y las nГЎuseas se elevaron en su estГіmago, comenzГі a tener sospechas.
A medida que pasaban los minutos y el tren se balanceaba y se agitaba sobre los rieles, sus sГntomas empeoraban. SentГa como si fuera a vomitar. El tren se detuvo en la siguiente estaciГіn y, a medida que la gente subГa o bajaba, Omar se agitaba violentamente. Los pasajeros se alejaron de Г©l con asco.
Su estГіmago se sentГa como si se hubiera atado a un nudo doloroso. A mitad de camino a la siguiente estaciГіn tosiГі en su mano. Mientras la sacaba, sus temblorosos dedos estaban hГєmedos en sangre oscura y pegajosa.
Una mujer de pie a su lado se dio cuenta. Dijo algo bruscamente en espaГ±ol, hablando rГЎpidamente, con los ojos muy abiertos y conmocionados. SeГ±alГі las puertas y parloteГі. Su voz se distanciГі al empezar a oГr un chillido agudo en los oГdos de Omar, pero se dio cuenta de que ella le exigГa que se bajara del tren.
Cuando las puertas se abrieron de nuevo, Omar se tropezГі y casi se cayГі en el andГ©n.
Aire. Necesitaba aire fresco.
AlГЎ ayГєdame, pensГі desesperadamente mientras se tambaleaba hacia las escaleras que conducГan al nivel de la calle. Su visiГіn se volviГі borrosa con lГЎgrimas, sus ojos se inundaban involuntariamente.
Sus entraГ±as gritaban de dolor, tenГa sangre pegajosa en los dedos, Omar finalmente entendiГі su papel como el Mahdi. Г‰l iba a liberar la peste sobre este mundo – comenzando por eliminar sus propios pecados.
*
“¡Perdón!”
Marta MedellГn se mofГі cuando el joven se topГі con ella bruscamente. ParecГa tener poca o ninguna consideraciГіn por los demГЎs en la calle. Mientras Г©l se acercaba, con los ojos muertos y tambaleГЎndose, su hombro izquierdo se sumergiГі y chocГі con el de ella, y ella siseГі un duro “¡Disculpe!” en espaГ±ol. Sin embargo, Г©l no le prestГі atenciГіn y siguiГі adelante.
Habiendo criado ella misma a dos hijos, Marta no era ajena a la conducta grosera. La forma en que este niГ±o se tambaleaba sugerГa que podrГa haber estado borracho, ВЎy sin embargo parecГa ser apenas un adulto! Vergonzoso, pensГі ella.
Por lo general, no le habrГa echado una segunda mirada al joven grosero – no merecГa su atenciГіn, chocГЎndose con ella de esa manera y sin disculparse – pero entonces oyГі una tos; una tos profunda, con un traqueteo en el pecho, un estruendo de una tos que, para alguien que estaba en su posiciГіn, llamaba la atenciГіn de inmediato y de manera urgente.
Marta se girГі al oГrlo justo a tiempo para ver cГіmo le cedГan las piernas. Г‰l se desplomГі sobre la acera mientras los transeГєntes gritaban sorprendidos o saltaban hacia atrГЎs. Ella, por otro lado, corriГі y se arrodillГі al lado del chico.
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